Sin Tierra y por la tierra

Organiza: Clacso

En la actual América Latina, la lucha por el derecho a la tierra tiene rostro de mujer. Así lo asegura Nicolás Arata antes de comenzar a entrevistar a Ana Terra Reis , militante del MST desde Brasil, y a Diana Itzu, investigadora independiente y socióloga mexicana.  Las miradas de estas dos mujeres no vienen a documentar el pesimismo, vienen a exponer sus luchas y sus esperanzas a futuro, un futuro de militancia colectiva y cuidado de la tierra.  En Brasil, el movimiento de trabajadores rurales sin Tierra se enfrenta a la criminalización de los movimientos sociales, al agronegocio y a una pandemia que está llegando a casi a casi 450.000 muertes.  Los colectivos de mujeres mexicanas se articulan con el zapatismo en México, en una búsqueda por volver a las raíces que las conectan con sus territorios y oponerse a la neocolonización. Estas dos militantes entrecruzan sus experiencias de lucha para pensar un futuro antisistémico, lejos de los estados burgueses, y un vínculo más profundo, más consciente y más íntimo con la naturaleza que nos cobija. 



NICOLÁS ARATA: ¿En qué contexto y cómo nace el movimiento de trabajadores rurales sin tierra de Brasil?

ANA TERRA: Surge por la lucha de la clase trabajadora de finales del siglo pasado y permanece a lo largo de 35 años luchando. El MST camina desde el primer Congreso Nacional, luchando por la tierra, por la reforma agraria y  la transformación social. El tema de la tierra es fundamental porque se trata del acceso de los trabajadores y trabajadoras, de los campesinos, de nuestros pueblos originarios a un medio de producción fundamental que ha sido apropiado de forma avasalladora por el capitalismo. Hoy, el MST aloja cerca de 400 mil familias asentadas en todo Brasil y con experiencias bastante importantes de producción de alimentos, de formación política y de actuación nacional e internacional.

N: ¿Cómo y por qué decide el MST fundar una escuela a la que le ponen el nombre de Florestan Fernandes? Contanos quién es o lo que representa Florestan para el MST, para todo Brasil y para América Latina. Y, fundamentalmente, cómo conecta la idea de esa escuela con las reivindicaciones históricas del MST. 

A.T: Florestan Fernandes fue un importante sociólogo que en toda su trayectoria académica tuvo un vínculo con la clase trabajadora, una lucha política bastante importante en Brasil, en defensa de los intereses de los trabajadores, como profesor de la Universidad de Sao Paulo y  como diputado. El MST tiene como principio homenajear a las personas que son importantes para nosotros y que ya nos dejaron. El movimiento ya desde finales de los ’90 realizaba cursos nacionales de formación para su militancia y esos cursos con participación de personas de todo Brasil eran llamados de la Escuela Nacional, que funcionaba de una forma itinerante. En los inicios de los años 2000 fue muy evidente para nosotros la necesidad de potencializar ese proceso de formación a partir de una articulación tanto nacional como internacional. En 2005 hicimos una campaña que contó con el apoyo de Chico Buarque, de José Saramago y de Sebastián Salgado. Fue una campaña mundial para juntar recursos para la construcción de nuestra Escuela. Cada espacio de la Escuela fue confeccionado por militantes con técnicas alternativas de construcción. Actualmente, trabajamos en cursos nacionales de formación política. Tenemos cursos en español, en francés, inglés y nos hemos movilizado, no sólo en el continente latinoamericano, sino también al continente africano, a Asia y Europa.

N: ¿Cuáles son las estrategias de resistencia que ustedes tienen desplegadas en el territorio? ¿Qué está pasando en relación con el gobierno de Bolsonaro? Y qué lecciones, qué aprendizajes creés que podemos tomar para el resto de América Latina de la rica experiencia del MST y de la Escuela Florestan. 

A.T: Sufrimos el golpe a la presidenta Dilma Rousseff en 2016. Vivimos muchos años un proceso de criminalización de los movimientos sociales. Los asesinatos en los campos han sido violentos, también los enfrentamientos con policías en nuestros campamentos. La gente ha sufrido mucho también con el avance de la producción del agronegocio. Nuestras áreas y asentamientos están siendo bombardeados por venenos, por agrotóxicos, una estrategia muy parecida a la que fue usada en la Guerra de Vietnam de pulverización aérea, contaminando toda nuestra producción de alimentos.  El MST durante esta pandemia asumió por principio realizar donación de alimentos para la población pobre, que viven en una situación de miserabilidad profunda. 

Estos procesos van fragilizando cada vez más a las trabajadoras. Un país que vive de la exportación de productos agrícolas y no produce comida para la alimentación del pueblo. La gente ve la producción de soja avanzando absurdamente sobre territorios que antes producían porotos o arroz, que son las bases de nuestra alimentación. Nuestra condición de enfrentamiento es una bandera de lucha que proyecta una sociedad libre de opresores, que produce alimentos saludables, sin violencia contra las mujeres, con educación para nuestros niños. Y como nos enseñó José Martí, la gente tiene potencial civilizatorio en nuestra América Latina, hay un potencial de lucha de forma común, un potencial de defensa de los territorios. Seguimos resistiendo y pidiendo a todos los compañeros y compañeras de nuestra América Latina que se junten en nuestra defensa, que la gente se cuide del virus, pero que no se callen, que continúen gritando y diciendo que nosotros estamos aquí para defender nuestros derechos. Estamos llegando a casi 450.000 muertes en Brasil por la pandemia del coronavirus. No tenemos vacuna, tenemos un Gobierno genocida y que se afirma, a cada día, a esa política de exterminio de los más frágiles, los más pobres, por eso les continuamos deseando a nuestros muertos ni un minuto de silencio y toda una vida de lucha.

N: La pregunta es cómo definirías vos el derecho a la tierra, pero también te preguntaría cuál es la esperanza de Brasil hoy.

A.T: Pensar nuestro derecho a la tierra, nuestro derecho a la vida para nuestro continente, el derecho al trabajo, a la dignidad y el derecho futuro. No podemos pensar el futuro reproduciendo esas formas de distribución de medio ambiente, de distribución de la naturaleza.  Solemos hablar de la tierra con un sentido de propiedad privada de la tierra. Lo que queremos es trabajar la tierra para producir alimento y la tierra como un bien, como un patrimonio de la humanidad, como deben ser todos los recursos naturales, como deben ser el agua y los bosques. La lucha por la tierra es la lucha por la sobrevivencia y corremos el riesgo de extinción si la gente continúa reproduciendo este modelo de existencia. La gente no puede hallar la salida para  nuestra América Latina,  por dentro del Estado y de la sociedad burguesa. El Estado burgués defiende los intereses de la burguesía. Necesitamos notar que las reformas son posibles. Y nuestra esperanza inmediata es que la gente provoque retrocesos al fascismo, los sentidos de buscar y reconquistar nuestras posibilidades de actuación. Más sin duda, la esperanza está en la resistencia de clase, una resistencia de los trabajadores y las trabajadoras.

N: La pregunta es para Diana, que en este momento está en el sur de México, donde la lucha del Zapatismo es fundamental y señera para las luchas de nuestra América.  ¿Cómo se articula la cuestión de las luchas, el programa de lucha del zapatismo, con las luchas de los colectivos de mujeres, que tú integras, de los cuales tú formas parte? 

DIANA ITZU:  Nosotras estamos trabajando principalmente con grupos de mujeres indígenas profesionales. Somos una organización que es adherente al proyecto político Zapatista, uno de nuestros principios fundantes es lo anti-sistémico. Es decir, cómo generamos relaciones que, poco a poco, puedan desmontar el sistema patriarcal. Dentro de esta organización que está conformada por veinte mujeres, paralelamente estamos en articulación con mujeres de trece comunidades, tenemos como desafío la defensa de la vida, de la tierra y del territorio. El derecho de las mujeres al uso, a la tenencia y usufructo de la tierra. Si bien México ha sido caracterizado como uno de los países donde hubo una reforma agraria en el siglo XX, esta reforma agraria fue una reforma agraria patriarcal que viene excluyendo a las mujeres de ese derecho a la tierra. En México, en los últimos doce años, ha habido más de doscientos mil asesinatos, más de 40.000 desaparecidos y cada once horas asesinan a una mujer. Estamos ancladas en Chiapas, que también inició con una guerra de contrainsurgencia hace 27 años en contra de los pueblos mayas zapatistas. Ahora la podemos denominar como una guerra integral de desgaste que va principalmente hacia los pueblos originarios, las mujeres y la madre tierra. Y esta guerra integral de desgaste es lo que nos hace vincularnos y articularnos en una lucha por la vida. Intentamos aportar a todo esto que los pueblos zapatistas llaman “un mundo donde quepan muchos mundos”. No estamos por la vía de las armas ni de la guerra, sino todo lo contrario. Cómo sembrar actos de no guerra en medio de la guerra y en eso está nuestra resistencia, nuestra rebeldía. También hay que contextualizar que ahora estamos viviendo un narcoestado. Entonces, se vuelve mucho más complicado. ¿Cómo generar justamente estos mecanismos de resistencia y rebeldía? 

N: Diana, en el caso del sur de México, en el caso de la experiencia que vos nos estás compartiendo, ¿Cuáles fueron esas estrategias de resistencia que han diseñado colectivamente? ¿Y qué lecciones podemos extraer de esas experiencias? 

D.I: Las trece comunidades donde estamos trabajando como centro de derechos de la mujer son comunidades que no son parte de la base política y social del EZLN, por lo cual se torna complicado el trabajo. El EZLN tuvo un proceso que yo vengo mirando y analizando a partir de la recuperación de la tierra y el territorio. Y en ese proceso de recuperación de tierras, vino el proceso de reconfiguración y de resignificación territorial que conocemos como estas otras territorialidades, que en algunos casos se denominan los municipios autónomos rebeldes zapatistas. Han logrado ejercer la autonomía a partir de los autogobiernos, el auto sustento material, espiritual, el derecho a tierra, a techo, a salud, a alimentación, educación. Y el derecho a unos autogobiernos que posibiliten el ejercicio de la democracia y de la libertad, no en parámetros de homogeneidad, sino todo lo contrario, reina la diversidad de estos mundos de vida indígena. 

Parte de la guerra del Estado y de las instituciones patriarcales ha sido meter la militarización, los programas asistenciales para controlar, de manera mucho más eficaz y contundente, la dependencia hacia las instituciones. Entonces, en las comunidades que no son zapatistas es donde estamos viendo un desafío. Aún en el siglo XXI, el único destino que pareciera que muestra el sistema para las mujeres, es que siempre van a ser las miserables, las a medias, las sin educación, sin derecho a información, las no escuchadas. Estamos trabajando con muchos colectivos de mujeres que están entre los 40 y 60 años, que están en una etapa de vida de mucho desgaste. Ahorita estamos impulsando el trabajo con jóvenas. Que ellas sean defensoras de sus compañeras, de la madre tierra. Y que todos estos derechos a la educación, a la información, a la alimentación, a la salud, a la tierra, no sean un ejercicio para pedir migajas al Estado, sino que sea un ejercicio asumido con dignidad desde la memoria viva de los pueblos originarios. Pero que también esté en articulación con mujeres de la ciudad, porque algo que nos hemos encontrado ahora es que nos empareja el tema de los feminicidios. Y también estamos intentando, a partir del movimiento en defensa de la tierra y el territorio, que se acepte que las mujeres tenemos derecho a la participación política, en los espacios asamblearios, en los espacios vitales.  Y estamos intentando empezar a ejercer el derecho a la alimentación, a la salud, a la educación, también desde la soberanía alimentaria. La MILPA, que es el sistema de alimentación que da el sustento a las comunidades, con todas estas inundaciones, tornados, tormentas, huracanes, ya está siendo muy difícil de mantener. Queremos recuperar los tubérculos, esa alimentación ancestral, a través de insectos, de plantas. También se empezará a generar otro sistema de auto sustento alimentario, donde tenga participación toda la familia, donde no sea solo uso y usufructo de la tierra, que después se vuelve el derecho a la propiedad por parte de los varones. Ya no queremos seguir siendo las siempre desfavorecidas, las enfermas. También nos la conciencia por parte de los varones, que abracen esta lucha, y que podamos defender a la madre tierra, defender nuestros cuerpos y defender la dignidad que tanto necesitamos y merecemos como humanidad. Porque tampoco aquí se trata de generar separatismo, si no de vernos como totalidad y como integralidad. Juntos y como parte de esa madre tierra. 

N: ¿Cómo definirías vos, en muy breves palabras, el derecho a la tierra? Qué significa, no el derecho a la tierra desde cualquier lugar, sino desde allí, desde la historia que nos estás narrando desde ese espacio cultural, político, social que es Chiapas. 

D.I: Entender que la tierra, como muchos de los pueblos originarios nos han intentado sembrar en la conciencia, es ese suelo y cielo que nos cobija. Y también es parte fundamental de la energía vital que somos. No sólo desde ahí nos alimentamos, sino desde ahí respiramos, desde ahí podemos generar esa vitalidad como potencia para generar creatividad frente a todos los desafíos que están. Necesitamos, también, como sociedades no indígenas y no campesinas, empezar a tener consciencia. Porque la naturaleza se va a regenerar. Pero el punto es la humanidad, hasta dónde nos hacemos conscientes de eso. Y todo tiene que ver con cómo nos alimentamos, pero, sobre todo, desde dónde lo hacemos. Si lo hacemos consumiendo productos procesados, que sabemos que son un bombardeo de toda esta industrialización para avasallar a la madre tierra y también a nosotros. Estamos enfermos y enfermas, porque estamos desvinculados de esa tierra. Con angustia, con desesperación, con incertidumbre, porque no tenemos ese vínculo y apego con la madre tierra.  ¿Qué es la dignidad? Es esa fuerza vital de la memoria viva. No sólo de nuestros ancestros sino de la memoria viva aquí y ahora, esa energía que nos han transmitido y que tiene que ver con la energía que llaman el universo y la madre tierra, más allá de toda esta cuestión New Age, de todo lo que sabemos que está abundando ahorita. Acá el ishel tamoc significa dignidad. El equilcu shilejan es la vida digna y todo tiene que ver con corazonarnos. El corazón es conciencia, pero la conciencia no sólo es la mente, es el pensar, hacer y sentir de manera tejida, de manera fluida, de manera permanente hacia adentro y hacia afuera. Por eso, aquí la conciencia significa corazón y la conciencia tiene el movimiento de la espiral del caracol hacia adentro y hacia afuera.  

 

Bios

ANA TERRA REIS: Militante del MST en Brasil, pesquisadora de la UNESP (Universidad Estadual Paulista) y profesora de la Escuela Nacional Florestan Fernandes. Tiene experiencia en Extensión Rural, trabajando en temas relacionados con políticas públicas, movimientos sociales y relaciones laborales.

DIANA ITZU: Licenciada en Sociología. Magíster en Desarrollo Rural por la UAM Xochimilco, doctora en Estudios Sociales Agrarios por la Universidad Nacional de Córdoba. Como investigadora independiente, participa de seminarios de reflexión y análisis fuera de las instituciones académicas establecidas.

NICOLÁS ARATA: Doctor en Educación de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Magister en Ciencias Sociales con orientación en Educación (FLACSO) Licenciado en Ciencias de la Educación (UBA). Docente de la cátedra de Historia de la Educación Argentina y Latinoamericana (Filosofía y Letras, UBA)

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