Vivir bien, no mejor

Por Valeria González

El cataclismo ya ha sucedido

Leyendo ¿Hay un mundo por venir? Ensayos sobre los miedos y los fines.Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro  (Caja Negra, 2019)

Los autores dedican la primera mitad del libro a la proliferación creciente de temáticas catastróficas en la cultura global dominante, entendida como síntoma de la tremenda crisis de habitabilidad humana del planeta que nos hemos acostumbrado a denominar Antropoceno. Escrito antes de la aparición de la variante viral COVID-19, los relatos dominantes sobre la actual pandemia encajarían perfectamente en el marco de este análisis. Como todo síntoma, estos relatos (ficcionales o pretendidamente objetivos, es lo mismo) expresan el problema sin poder tramitarlo: una de las formas características de su naturaleza evasiva es que las crisis parecen llegar desde afuera de la humanidad; otra, que sistemáticamente los apocalipsis o “fines del mundo” se sitúan en el futuro. 

Sin embargo, que la mutación climática es un proceso antropogénico irreversible que ya ha sucedido es uno de los datos científicos más sólidamente comprobados. Esta es precisamente la perspectiva adoptada por diversas culturas amerindias, que según los autores, deberían aportar a nuestro presente una lucidez particular. 

Para la humanidad hegemónica, primero existe una naturaleza y luego emerge la dominación transformacional de la cultura. Para las cosmovisiones amerindias lo humano, en tanto plasticidad metamórfica, es el principio de todo, y de ello desciende la estabilización de la naturaleza en diferentes especies y fenómenos terrestres. 

Además de implicar un respeto por la personeidad que anida en todo lo existente (animismo), la labor del mundo no es acelerar sino mantener a raya un cataclismo que ya ha sucedido (cosmopolítica). Según los autores, radica aquí la alternativa más relevante frente a la crisis ambiental y civilizatoria del Antropoceno.

Este cataclismo sucedido en el pasado dista de ser sólo un relato mítico. “En materia de concursos de apocalipsis, el genocidio americano de los siglos XVI y XVII es la mayor catástrofe demográfica hasta el presente, con la posible excepción de la peste negra”, afirman Danowski y Viveiros. Y aunque las dataciones más populares del origen del Antropoceno son la Revolución Industrial o la posguerra nuclear, un estudio científico reciente (Lewis y Maslin, 2015) halló en los hielos antárticos la huella más antigua de un cambio drástico en el nivel de CO2 de la atmósfera debido a una causa humana: la masacre poblacional durante la conquista de América. Descolonizar el Antropoceno implica rastrear y poner sobre las mesas de discusión aquellas huellas materiales que testimonian la precisa distribución geopolítica de las causas (y las consecuencias) de los desastres ambientales.

Los neoextractivismos que azotan hoy a América Latina (minería a cielo abierto, fracking, monocultivos transgénicos, en manos de corporaciones de capital tecnológico intensivo) son como una actualización contemporánea de aquella “acumulación originaria” que permitió a Europa imponer el modelo aún hegemónico de gestión planetaria. Y un modelo hegemónico de gestión no sólo se basa en principios económicos de explotación y beneficio; su éxito principal consiste en imponerse como modelo cultural. La división naturaleza/cultura tan cuestionada por Bruno Latour es la matriz moderna de todos los binarismos jerárquicos que han sostenido el dominio patriarcal y colonial de la Tierra.

El concepto unitario y exterior de naturaleza en términos de lo que “es” (Ciencia), por sobre las “creencias” (culturas, religiones), le ha otorgado a la humanidad moderna el permiso ético de negligir lo que importa a otros pueblos. Como demostró Bruno Latour, su base epistémica es una poderosa empresa de desanimación. Definir como pasivas a entidades (desde una nube hasta una enzima) que -como evidencia cualquier paper académico- sólo podemos percibir y conocer por aquello que hacen, no tiene nada de obvio o natural. La conveniencia práctica de la división jerárquica entre lo humano y lo no humano (por ejemplo, la disponibilidad del mundo para su explotación) no implica rigor científico alguno.

En 2008, Ecuador (y luego Bolivia) incorporaron en su Constitución a la Naturaleza como sujeto de derecho. Más allá de su mayor o menor eficacia como instrumento de gestión, emanaba desde América Latina una respuesta radical frente al Antropoceno. Se reivindica allí la concepción integral y no binaria entre lo humano y lo no humano que sostienen los pueblos indígenas. Esta concepción no sólo se opone a la definición objetual de recursos naturales de la explotación capitalista, sino que también supera la mera preservación ecologista del “medio ambiente”.

El lema indígena “Vivir bien, no mejor” es todo un manifiesto contra el mito que sostiene el presente paradigma de gestión global, profundamente predatorio y desigual: la promesa de acumulación infinita. Danowski y Viveiros cierran su libro preguntando por qué nos resulta imposible, incluso ofensivo, pensar en las posibilidades de la suficiencia y del frenado. Cierre que conecta con aquello planteado por Bifo Berardi: Hace falta volver a preguntarnos ¿qué es la riqueza? Esa es la batalla que el capitalismo ganó en el siglo XX.

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