¿Por qué es urgente que hablemos de T/tierra?

¿Por qué hablamos de la T/tierra?

Alrededor de la palabra Tierra –así, con mayúscula- se anuda buena parte de los problemas que nos aquejan. No es nueva la gravedad que ejerce esta palabra, sin embargo la urgencia que hoy la envuelve, multiplica las alertas. Nos sentimos cada vez más involucradxs al punto de que las nuevas generaciones –lxs nuevxs- ya mismo se dejan agitar y en los días que llegan, agitarán a la sociedad en nombre de la Tierra. Consideramos que así será, es pieza central de un diagnóstico, pero a la vez apostamos a que lo sea. La Tierra se ha vuelto un tema que parece no poder cobrar vida sino a través de una gran discusión. PROYECTO BALLENA invita a darla.

En Argentina, en América Latina, existen desgarramientos muy viejos –tanto como la llegada de los europeos y la fundación de un orden colonial y capitalista-que siguen latiendo cuando nombramos Tierra. Las viñetas escolares muestran a un marinero que grita ¡Tierra! como señal de llegada, de fin del conflicto interno, de vida, de descubrimiento. Desandar esa historia nos ha llevado un viaje mucho más largo y aventurero que el de Colón. En uno de los estandartes principales de los Habsburgo, vigente hacia el momento de la conquista de América, las columnas de Hércules –esas que habían sido traspasadas finalmente- están rodeadas por la inscripción “Plus Ultra” (más allá( según lo señalan Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro en su libro ¿Hay mundo por venir?. Esa pulsión que condujo al desgarramiento originario de América no cesó de fortalecerse a lo largo de los siglos y lo volvemos a encontrar en la base de la “conquista del espacio”. Escribía Hannah  Arendt, ante el lanzamiento de los primeros satélites, que esos días no podían ser infaustos porque se había hecho realidad los sueños de la modernidad y de la técnica, que eran la pesadilla de otros muchos, de una franja, digámoslo así, de los humanos: el abandono de la Tierra, por fin fugar de ella. Evitar la realidad americana, la especificidad de su mundo, fue siempre aunque con intensidad variable, un anhelo del liberalismo. Preferir las “ideas” por sobre los “cuerpos”, el “ideal” por encima de los rigores de la Tierra. Mientras tanto, aquí estamos. En la tercera década del siglo XXI, tener a mano precisos planes de evacuación de un planeta al que han horadado hasta colocarlo en crisis flagrante se ha vuelto una obsesión de las clases poderosas. Mientras tanto, aquí estamos.

Pero también hay otros desgarramientos,  ni antiguos ni flamantes, con más de treinta años y con una aceleración que les otorga un relieve tan sobresaliente como inquietante. ¿De qué estamos hablando? Podríamos referirnos al cambio climático, a un efecto lacerante de la ruptura entre lo humano y la naturaleza… Y es así, pero además, ocurre que aquí, en nuestras coordenadas geográficas, que son también políticas, sociales y culturales, el cambio climático no es un indicador más, ante el cual se pueden ensayar muecas de preocupación para pasar rápidamente a otra cosa, porque convive con la deforestación depredadora, con incendios de pastizales, montes y bosques, con el envenenamiento del agua. Más que un modelo productivo, un modo de producción que precisa de la superexplotación ya no sólo –ni principalmente- de la mano de obra, sino sobre todo de la naturaleza.

Si el “desencantamiento del mundo”, por lo tanto, la desinhibición de las fuerzas que llevaron a su explotación, estuvo siempre a la base del capitalismo, el desarrollo y el poderío de la técnica ha hecho posible que el vínculo con la Tierra sea con un mero recurso a expoliar con el objetivo de alimentar una forma de vida que tiene en el consumo, que también es de información, de comunicación y cultura, su norte más cierto.

El desgarramiento primero, cuando se dio el puntapié para que los pueblos indígenas fueran alienados de su Tierra, se perpetuó y en algunos países del continente incluso se profundizó durante el siglo XIX, con el éxito político y económico del liberalismo. En el siglo XX, signado por la democratización social y cultural, por la revolución proletaria y por la descolonización, se entrevió que todo eso podía ser revertido, no por nada la reforma agraria fue una de las banderas principales y aglutinantes de los proyectos nacional populares y revolucionarios. La tensión y la violencia que abrasó a ese siglo, ante las cuales la sensibilidad contemporánea se avergüenza, volaba a la altura de lo que se proponía.

La ofensiva política contrarrevolucionaria, que en América Latina significó terrorismo de Estado, entrelazadas con una nueva revolución industrial, que a la vez condujo a una nueva jibarización del mundo, a un nuevo prensado de la globalización, resolvieron la lucha en su peor sentido y abrieron este otro plano del desgarramiento que no cesa de profundizarse desde la llamada década de los noventa. Pasado, presente y no nos cabe duda de que también el futuro –el solamente distópico o el que mantenga latentes y un poco más chances emancipatorias, donde vuelva a correr “el espectro de un mundo que podría ser libre” (Marcuse citado Fisher)-, pasan por este ojo de aguja en el que mucho se definirá que es la Tierra.

Quizás Gilles Deleuze exageraba cuando en su fundamental Posdata sobre las sociedades de control, en 1990, afirmaba que era consustancial al capitalismo mantener “como constante la extrema miseria de tres cuartas partes de la humanidad: demasiado pobres para la deuda, demasiado numerosos para el encierro.” Se podría argüir que los números no son exactamente esos, incluso que tendríamos que discutir la noción misma de miseria y, por qué no, también la de pobreza. Pero la inflexión era clave para ponerle límites a su esquema, para atenuar la condición universal del tránsito de las “sociedades disciplinarias” a las de “control”.

Y es en este cruce de dramas y supervivencias, con indicadores de pobreza, desempleo y desigualdad que sólo son soportables porque no hay subjetividad política y social que los enfrente, es en esta “excepcionalidad” que nos reconocemos bajo el nombre de América Latina.

PROYECTO BALLENA es un llamado a la reunión, a la chance de barajar opciones, propuestas, salidas de emergencia, un camino solidario por el laberinto. Alcanzar formas de la vida económica que permitan que la enorme población postergada, que las grandes mayorías sociales de “humillados y ofendidos” alcancen una existencia digna es un objetivo irrenunciable. Con todo lo que sabemos en la tercera década del siglo XXI, afirmamos que es imposible siquiera imaginar una existencia digna que pretenda ser tal mientras continúa el proceso de destrucción de la naturaleza. En esta contradicción, en este dilema estamos, decididos a no contentarnos con creer que estamos resolviendo una de sus puntas si olvidamos la otra.

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