Mesa Siglo XXI: Soluciones políticas y utopías frente al colapso

Participan: Maristella Svampa, Graciela Speranza y Marina Aizen. Modera: Pablo Schanton

El Antropoceno es la era del colapso. Y la palabra “colapso”, a su vez, sintetiza una realidad ilustrada por eventos extremos cada vez más frecuentes: destrucción de ecosistemas, incendios en la Amazonía, tormentas de fuego, animales sacrificados. Mientras nos acercamos a lo que podría ser el fin de la pandemia, la deuda ecológica todavía se está acrecentando. Acecha el riesgo de la parálisis de la acción, la parálisis de la imaginación política. ¿Cómo orientarnos hacia un camino post-extractivista, recalibrar nuestro lugar en el planeta e incluso en el cosmos? Las respuestas aparecen desde la militancia y el diálogo pero también desde el arte y la literatura, espacios que pueden abrir portales que señalan un horizonte utópico, un hedonismo alternativo, otras formas de vivir sobre la tierra.

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PABLO SCHANTON: Marina: me interesa que hagamos una introducción al tema. Compartimos una relación alguna vez y vos escribías una columna en Clarín que era una de las pocas columnas ambientalistas que había dando vueltas en el periodismo. Hace poco me decías: sigo pensando cómo pudimos haber negado tanto el tema del ambientalismo, del colapso, de lo que está sucediendo, cuando hubo advertencias. 

MARINA AIZEN: Sí, es interesante y lo que te voy a decir es distinto a lo que te dije cuando te vi la otra vez, porque esta semana salió un paper de un pibe que es doctorando de la Universidad de Stanford y cuenta la historia del negacionismo del cambio climático. La ciencia del cambio climático es, llamativamente, bastante vieja. Primero, se sabía en el Siglo XIX que la atmósfera eventualmente se iba a alterar, pero después de la Segunda Guerra Mundial, con los albores de la Guerra Fría, Estados Unidos sobre todo empezó a hacer estudios profundos sobre la atmósfera, sobre el Ártico y sobre los mares y comprendieron muy rápidamente que la quema de combustibles fósiles iba a alterar la temperatura planetaria. Estoy hablando de 1950. En 1965 Lyndon Johnson tenía absolutamente claro que el cambio climático podría causar consecuencias catastróficas. Y ahí es cuando toma cartas la industria, que empieza, curiosamente, a hacer sus propias investigaciones sobre qué estaba ocurriendo en el mar y en la atmósfera. Y Exxon llega muy rápidamente a la conclusión de que era catastrófico lo que iba a pasar. Nos enteramos en esta semana que Total, la empresa francesa, escribió en una revista interna en 1971 que era muy grave lo que estaba pasando, que ya había una cantidad de dióxido de carbono 15% superior a la era preindustrial y que, si seguíamos así, iba a subir la temperatura más o menos 1 grado para 2020. Es lo que pasó. 

      La industria sabe todo esto y complota activamente, con Exxon a la cabeza, para decir: bueno, nosotros vamos a poner dudas en esto, porque nosotros necesitamos continuar el negocio. Hubo una conspiración activa para que permeara la duda sobre este tema sobre el cual había ciencia sólida hace mucho tiempo. Hace un par de semanitas el IPCC, que es el el panel de Naciones Unidas que se encarga de estudiar el cambio climático, dijo: «sí, es verdad, es 100% de origen antropogénico», pero ya lo sabían en el año ’50. O sea que la conspiración activa existió y es lo que permeó después todo el discurso, desde los empresarios a los políticos, a los medios. Pero tenemos que entender que hubo un acto criminal anterior, que fue pensado y estudiado, que fue instalar la duda. Y hoy estamos viviendo las consecuencias que son realmente alarmantes. Lo decían en 1960. No podemos seguir así, pero se eligió el otro camino, la negación y el objetivo era absolutamente comercial, financiero y de poder. 

 

P.S.: Y al mismo tiempo, desde el lugar del periodismo, vos me decías que había algo muy importante que hacer: empezar a hilar, a linkear, a unir. Te acordás que nosotros a veces nos reíamos de eso, pero en realidad tenemos que repensarlo, es esa vieja metáfora que se decía: un aleteo de mariposa que pudiera estar sucediendo en el otro lado del planeta tendría algún tipo de consecuencias de este otro lado. Bueno, hubo un virus que vino de Wuhan, ya estamos más inmersos en la problemática que plantea la metáfora. 

 

M.A.: Bueno, históricamente el periodismo consideró el tema del cambio climático como una curiosidad científica y lo mandaba a las páginas de atrás, como las de información general. Las que son políticamente menos relevantes. Hoy los diarios de papel casi no tienen ninguna trascendencia, no importa dónde coloquen las cosas, pero la mentalidad esa permaneció y los editores de las otras secciones, de política o de economía, siguen sin pensar que son las decisiones políticas y económicas las que hay que ligar a la ciencia, por eso el cambio climático o la crisis de extinción, porque van unidas como lo está la pandemia también. Es un tema político, no es un tema de curiosidad científica, no es un osito polar, son decisiones políticas que debemos tomar, sobre todo a la hora de planificar la energía, el territorio, la producción de alimentos que no está exenta de lo que es esta conversación. Entonces, es una conversación muy compleja. Tenemos que dar vuelta la sociedad radicalmente porque el mundo ha llegado a sus límites. Y si no lo comprenden los editores, pasa lo que pasó con la pandemia, que de repente tenés un factor ecológico, porque un virus es el producto de la interacción con espacios naturales con los que no habíamos interactuado. Y de repente, tenés una recesión mundial que no se supera con la «vuelta a la normalidad». Estamos viendo que es muy desordenada la vuelta a la normalidad. O sea que considerar que el ambiente está alejado de las decisiones políticas o económicas es ceguera pura. Nada más y nada menos. Y el sayo les cabe no solamente a los medios, sino también a los políticos y a la clase económica también, el establishment. Mientras el establishment siga siendo exitoso imponiendo la narrativa de que sólo con más extractivismo vamos a salir de la perpetua crisis argentina, tenemos un problema. 

 

P.S.: Además, una cosa que también apuntabas es que vos creés en el cambio individualmente pensado. Viste que habría escalas: una escala individual, una escala local, una escala nacional, una escala sistémica, una escala globalísima. En general, hay muchos autores que dicen no. Esto sólo se va a arreglar si es sistémico y si es global, porque también está la cuestión del narcisismo ecológico: «yo tiro la basura, yo trato de comprar orgánico».

 

M.A.: Yo le digo ecoboludismo a eso. Es cierto, el cambio sistémico, pero todos tenemos que tener una actitud militante porque la crisis nos pasa a todos. Yo creo que hay varias dimensiones de lo individual que pueden operar. Una, poniéndose la camiseta y exigiendo los cambios. Porque Greta Thunberg hay una, pero nosotros también tenemos que ser Greta Thunberg, nosotros también tenemos que ponernos esto al hombro. 

 

P.S.: Vos dijiste algo que me parece que hay que hacerlo meme: seamos todos, Greta Thunberg.

 

M.A.: Absolutamente, todos tenemos que militar en esta causa. Tenemos que pedirles a nuestros políticos, a nuestro establishment económico, a todos que cambien el chip porque así no podemos seguir, pero además también podemos hacer algo más íntimo, por ejemplo, cambiar la dieta. Esa es una forma distinta, porque realmente es muy importante el cambio de dieta. Es tan importante como el cambio de paradigma energético, que ahí sí depende más de las decisiones de otro, pero nosotros podemos dejar de comer carne todos los días. Yo sé que parece una boludez, pero realmente la presión sobre los ecosistemas de la producción vacuna es gigante. Lo mismo que la producción de alimento animal. Estamos tirando los bosques, cambiando literalmente osos hormigueros por salchichas. 

 

P.S.: ¿Qué implica que tengas una cantidad de vacas de las que extraés leche y después extraés la carne, que puede ser de consumo interno de exportación? 

 

M.A.: La carne vacuna tiene una huella ambiental gigantesca. Pero Argentina, además, tiene un problema estructural muy desafiante, porque vive de sus exportaciones primarias y la expansión de las exportaciones primarias son a expensas de las zonas boscosas y eso no puede seguir así. Vamos camino a la extinción, no sólo a la extinción de especies, sino a la extinción de las personas que son las que viven en esos bosques, a la extinción de las comunidades originarias que viven en esos bosques. No podemos seguir así, tenemos que repensar nuestra matriz económica, no podemos seguir con el modelo agroexportador ad infinitum, porque el territorio mismo te está poniendo la pauta de que esto no da más. 

 

P.S.: ¿Coincidís con ese año alarmante que es 2030?

 

M.A.: No es un año alarmante porque sí. Lo que dice la ciencia es que si queremos limitar el aumento de la temperatura a 1.5, porque pasado el límite de 1.5 no es que se acabe el mundo, simplemente es que van a sufrir cientos de millones de personas en todo el mundo las consecuencias horribles del cambio climático, si queremos poner el freno de mano en 1.5 lo que tiene que suceder es que para 2030 hay que reducir al 45% las emisiones de gases de efecto invernadero que son los que atrapan el calor del Sol. ¿Vos ves pasando eso? Acá de lo único que hablamos es que Vaca Muerta esto, que Vaca Muerta lo otro, que reventamos el bosque, que más producción. Por eso todos tenemos que ser Greta Thunberg, porque esto no estaría pasando. 

 

MARISTELLA SVAMPA:  Yo quisiera, antes de hablarles del Pacto Ecosocial e Intercultural del sur, hacer una breve introducción con dos tópicos. El primero de ellos, contarles que poquito antes de la pandemia fui invitada por el artista argentino Tomás Saraceno a acompañarlo a las Salinas Grandes, allá en Jujuy, ese hermoso y maravilloso paisaje primario donde hoy en día se está explotando el litio. En esta ocasión, Tomás Saraceno quería elevar un globo, y lo hizo realmente, piloteado por una mujer sin acudir a los combustibles fósiles, sin acudir al helio o al gas, solamente con el aire de las Salinas. Fue una experiencia inolvidable, que además tuvo después su seguimiento, realizamos el cierre acá, en esta misma sala, en marzo del 2020, parece increíble. Pero fíjense lo que dice el globo: el agua y la vida valen más que el litio. La experiencia de Tomás Saraceno pone de relieve dos cuestiones. En primer lugar, hay un mensaje global: hay que abandonar el paradigma de los combustibles fósiles y avanzar hacia otros horizontes. Nada menos que el arte para, al menos, abrirnos a ese portal que señala un horizonte utópico. Pero al mismo tiempo, hay un mensaje local, el de las comunidades que están siendo atropelladas con una minería de agua que es sumamente contaminante y que no es consultada. Entonces, pareciera que estamos ante una paradoja: por un lado, estamos en los campos del litio, que parece que son la llave que abre la puerta para la sociedad post-fósil, pero por otro lado, están los pueblos que no son respetados en sus derechos y sus ecosistemas, esas Salinas hermosas, frágiles, están siendo destruidas. Esto me sirve para, al menos, instalar la idea de que la transición no es algo simple, es algo realmente complejo para pensar.      

         La era del Antropoceno, que algunos ilustran con esta foto de la bomba atómica, para mí resulta una foto antigua. No estamos siendo amenazados ni por la bomba atómica ni por la bomba nuclear. En realidad, las fotos del Antropoceno, la del ecocidio, la de la destrucción de los ecosistemas, son estas  fotos  de los incendios de la Amazonía, de esas tormentas de fuego que asolaron y destruyeron ecosistemas y animales en Australia, o es los cuerpos de los cerdos sacrificados porque estaban afectados por la peste porcina africana, otra de la pandemia de la cual no se habla, pero que sí habla de un modelo cárnico sumamente insustentable, no sólo basado en la explotación cruel de los animales, sino que en términos ambientales es insostenible. Al lado, ven ustedes una torre de extracción de petróleo y gas no convencional, de fracking, entre peras y manzanas, atropellando otras economías. Debajo, ven un dique de relave que tienen todas las mineras, toda la minería a cielo abierto, que se rompen muchos de ellos, pasan accidentes todo el tiempo, y esos diques de relaves tienen sustancias contaminantes que no sólo destruyen ecosistemas, sino que contaminan y han generado una gran cantidad de muertos. Estas son fotos de Brumadinho, en Brasil.        

      Los incendios son algo que nos ha asolado. En el año 2020, la Argentina estaba segunda o tercera en el ranking mundial por el número de incendios. Uno de ellos es el pantanal, el humedal más grande de América Latina que está situado en Brasil, pero estuvieron acá, y todavía sigue habiendo, incendios en los montes nativos y en el Delta. Por primera vez, la Amazonía, que es un sumidero de carbono, que es un sistema natural que capta dióxido de carbono, en el sureste empezó a emitir gases de efecto invernadero. Eso ya es un umbral, un punto de no retorno. Y por supuesto, cómo no nombrarlo, la bajante del río Paraná, uno de cuyos motivos es sin duda el aumento de la demanda hídrica, pero también los cambios en los usos de la tierra. No podía evitar recordarles la épica carpincha, los carpinchos que atravesaron Nordelta, una urbanización privada asentada sobre humedales, es decir que han destruido humedales para crear lagunas artificiales para los sectores más ricos de la sociedad, han destruido ecosistemas que son esenciales, sobre todo al calor de la crisis climática. Me quedo ahí, por el momento, para recordar que no necesitamos apelar a la idea de la bomba atómica o nuclear, tampoco tenemos que esperar que se libera del permafrost, todo el gas metano que hay en el permafrost del Ártico, para que atravesemos un punto de no retorno o, más bien, para que hablemos de colapso. Porque es colapso la palabra que sintetiza esta realidad ilustrada por los eventos extremos cada vez más frecuentes, pero también ilustrada a nivel local y territorial por dinámicas de desarrollo que son insustentables. No podemos hablar de la crisis climática si no la aterrizamos a nivel local y territorial y la vinculamos con esos modelos de mal desarrollo como es el fracking, como es la minería a cielo abierto, como son las mega represas, como son las mega granjas porcinas, como ese urbanismo neoliberal que también destruye ecosistemas. Si hablamos de colapso, por supuesto, inmediatamente se nos viene la idea de derrumbe, de hundimiento, inmediatamente quedamos apresados por una suerte de parálisis de la acción, cuando no también de la imaginación política. En realidad, creo que tenemos que comprender que el Antropoceno es la era del colapso, que estamos en una era del colapso, pero como dice un francés, Pablo Servigne, autor de una obra que se llama Colapsología: en realidad, el colapso no es el fin del mundo, es el fin del mundo tal cual lo conocemos. Eso es lo que tenemos que entender: esta, de aquí en más, va a ser nuestra realidad. Somos hijos del Antropoceno y debemos afrontar el colapso. No podemos caer en la parálisis de la acción y, mucho menos, de la imaginación política. En ese sentido, cuando escribimos con Quique Viale «el colapso ecológico ya llegó», lo nuestro no era una apuesta al colapso. Siempre fue una apuesta a la resiliencia, siempre fue una apuesta a la construcción de una sociedad más justa, de una sociedad realmente sustentable o, como decimos las feministas, que se asienta sobre la sostenibilidad de la vida. 

        La pandemia exacerbó todo esto porque mostró las desigualdades y las multiplicó, además, a lo largo de un año y medio. Pero, además, mostró su origen zoonótico, su vínculo claro con la crisis socioecológica. La crisis, extraordinaria sin duda, abrió una oportunidad para que pensáramos en otros horizontes. Curiosamente o paradójicamente, la pandemia abrió la oportunidad para que discutiéramos sobre la transición ecosocial. Es ahí que se actualizaron algunas discusiones que ya venían de otros años sobre el Green New Deal. Acá les muestro la tapa de dos libros de dos autores que son realmente muy diferentes: Jeremy Rifkin, asesor de líderes mundiales proestablishment y Naomi Klein, que es una periodista radical; y el otro libro escrito por asesores del Partido Demócrata en Estados Unidos. Lo que sucede es que encontramos que en el norte cada vez se habla más de la necesidad de transicionar, sobre todo desde el punto de vista energético, de descarbonizar las sociedades; mientras que, en el sur global, esto es América Latina, esto es Argentina, no se habla de la transición, no son los gobiernos los que hablan de la transición. Los gobiernos apuestan a más extractivismo. Es desde la sociedad civil que se habla de transición

Es en esa línea que, a mediados de 2020, lanzamos primero acá en Argentina, con Enrique Viale, y luego en otros países de América Latina, lo que se llama el Pacto Ecosocial del Sur. Lo presentamos en Colombia, en Perú, en Bolivia, en Brasil, en Ecuador, por supuesto, también acá en Argentina. Una serie de activistas, ensayistas, organizaciones sociales, que venimos trabajando en esta problemática desde hace tiempo lo presentamos con la idea, no solamente hablar de un pacto verde, porque en realidad queremos hacer una apuesta integral, global, que articule la justicia social con la justicia ambiental. El Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur es una plataforma abierta y dinámica, en la cual se puede integrar mucha gente, porque sobre todo propone un pacto diferente con la naturaleza, tiene un vínculo también con los movimientos sociales y sobre todo con las categorías que se han ido elaborando al calor de las luchas ecoterritoriales contra el neoextractivismo en los últimos 20 años. Buen vivir, derechos de la naturaleza, cuidado, territorialidad, soberanía alimentaria, agroecología, entre muchos otros, por supuesto, post-extractivismo. Es también una propuesta presentada desde el Sur. Esto me parece importante subrayarlo porque no podemos seguir siendo hablados desde el norte. La problemática no es la misma. En las propuestas del Green New Deal, con las cuales conversamos y tenemos diálogos, en general se apuesta a la descarbonización de la economía, esto es el abandono del paradigma basado en los combustibles fósiles, el petróleo, el gas, el carbón y un paradigma asentado en la energía verde. Nada se habla del modelo alimentario. Además, creemos que tiene que ser una transición justa. Por eso, en esa línea nosotros retomamos las narrativas relacionales que ponen en el centro otro vínculo con la naturaleza, que lo que hacen es cuestionar el paradigma binario de la modernidad que piensa o que coloca al ser humano como alguien exterior e independiente de la naturaleza. La pandemia nos ha mostrado que, en realidad, lo nuestro es una relación de interdependencia y lo ha mostrado de manera dramática, sobre todo impactando en los sectores más débiles, más vulnerables. Las narrativas relacionales se han ido extendiendo en América Latina, al calor de diferentes experiencias. 

Uno podría decir que el Pacto Ecosocial e Intercultural del sur tiene tres ejes. Paradigma de los cuidados, la necesidad de articular la agenda social con la agenda ambiental y, por supuesto, la necesidad de plantear una agenda de transición socio ecológica integral. El paradigma de los cuidados es la puerta de entrada, no tengo duda, y está muy relacionado con los protagonismos femeninos, con los ecofeminismo, con los feminismos ecoterritoriales del sur, no solamente con el paradigma de los pueblos originarios que históricamente han sostenido una visión relacional de la naturaleza, sino que los ecofeminismo del sur, los feminismos ecoterritoriales también colocan la interdependencia, la complementariedad, el cuidado, la sostenibilidad de la vida en el centro, defendiendo el agua para la vida y no el agua para la minería, para el fracking o para las mega represas, colocando el cuerpo y el territorio en el centro de la lucha, también proponiendo nuevas experiencias de agroecología, esto es: nuevos modos de habitar la tierra. En ese sentido, la noción de cuidados es central para proponer una visión de la transición ecosocial. La necesidad, además, de desarrollar un enfoque de derechos con un Estado activo para que los cuidados no sean mercantilizados y no recaigan exclusivamente sobre las mujeres y, sobre todo, sobre las mujeres pobres. Entonces, realmente es una cosmovisión relacional en torno a los cuidados que tiene diferentes niveles de complejidad, la que está en la base, la que abre la puerta para poder pensar otros horizontes ecosociales. 

      La agenda social, por supuesto, somos los primeros que hemos señalado que hay una coincidencia entre el mapa de la contaminación y el mapa de la pobreza. Nadie puede negarlo, no hay un ambientalismo palermitano, como sostienen algunos, o un ambientalismo bobo. Son precisamente los sectores más pobres en los territorios en los cuales avanza el neoextractivismo en sus diferentes formas los que son más perjudicados, los que ven que sus territorios se convierten en áreas de sacrificio. Es por ello que creemos que la reforma debe ser integral y que debe comenzar por una reforma tributaria, nada más y nada menos, sabiendo que, en nuestros países, como en la Argentina, la estructura tributaria es absolutamente regresiva y pagan siempre más los que menos tienen. Nosotros creemos que a través de una reforma tributaria podemos instalar una renta básica universal que coloque un piso al derecho a la existencia. Pero, sobre todo, tenemos que discutir la deuda ecológica. Tenemos que discutir las asimetrías entre el norte y el sur. Tenemos que discutir esto que ha caracterizado a América Latina como exportadora de commodities en los últimos 500 años, pero que se ha agravado en los últimos 30 años al calor del aumento del metabolismo social del capital, que exige más tierras, más territorios, para mantener un modelo de consumo insustentable. La deuda ecológica se va acrecentando y se va acrecentando aún más cuando viene de la mano del mandato exportador, bajo la idea de que hay que pagar una deuda externa depredando aún más nuestros territorios. En realidad, lo que hacemos es destruir nuestros territorios, no resolvemos el problema de la desigualdad ni de la pobreza, y encima beneficiamos a las grandes corporaciones transnacionales. Eso forma parte de las falsas soluciones. Tenemos que repensar también nuestro lugar en el mundo desde el sur para poder discutir un plan climático global. Y el tercer eje fundamental, la transición socioecológica integral que abarca no sólo el plano energético, sino también el productivo. Necesitamos cambiar el modelo fósil que forma parte de la estructura energética no sólo de nuestro país, sino en líneas generales de América Latina.           

 Necesitamos cambiar las sociedades y las economías, orientarnos hacia un camino post-extractivista, cambiar el sistema energético y no solamente diversificar la matriz energética. Ese es un tema fundamental. La transición energética debe ser el momento a partir del cual podamos pensar qué tipo de sociedad queremos, el momento para pensar para qué necesitamos energía y para quién. No solamente diversificar la matriz energética con energías limpias como la eólica y la solar. Hay dos temas fundamentales a la hora de discutir la transición energética. La primera es que Vaca Muerta obtura cualquier posibilidad de pensar o discutir una transición acá en Argentina. Vaca Muerta forma parte del problema, no de la solución. En segundo lugar, tenemos que estar atentos también a las falsas soluciones. 

  Volvamos a la primera filmina que muestra el globo que está volando sin helio, sin gas, sin litio y las poblaciones que en ese globo han pintado que el agua vale más que el litio. Tenemos que estar atentos a las falsas soluciones, porque lo que está pasando es que están explotando el litio, se lo están llevando a las grandes corporaciones transnacionales, están atropellando a los pueblos originarios y están depredando ecosistemas frágiles como son las salinas o los salares alto andinos. Ahí hay un problema. Esa minería de agua está destruyendo los ecosistemas y estamos accediendo a una suerte de modelo de transición corporativa y privatizado que sólo beneficia a las grandes corporaciones y a los países del Norte, y sigue sacrificando a los territorios del sur. Pero, además, si no cambiáramos el modelo de consumo, sobre todo el modelo de transporte, de nada vale que reemplacemos los fósiles por la batería de litio. Tenemos que cambiar el sistema de electromovilidad. Tenemos que cambiar el sistema de transporte, que no puede ser privado. Tiene que ser un transporte público y sostenible, porque no hay planeta que aguante y litio que alcance por más que tengamos vehículos eléctricos, si seguimos con este modelo de consumo. 

Y por supuesto, lo último, lo productivo tiene que ver, sin duda, con la agroecología, que hoy en día es un contraparadigma que se expande no sólo en países como México, Costa Rica, Cuba, sino también acá en Argentina, donde hay aproximadamente 26 millones de hectáreas de soja, vemos florecer y expandirse experiencias aliadas a la agroecología que produce sin contaminar los territorios, que produce sin deforestar, que producen con más trabajo y sin concentrar tierras, como hace el agronegocio. La agroecología no es solo una ciencia, es un movimiento social cada vez más poderoso, cada vez más imparable, si es que realmente queremos construir un Antropoceno sostenible. 

  Son numerosos los obstáculos, lo sabemos, son enormes porque hay una ceguera epistémica desarrollista que se cruza o se articula con intereses económicos muy poderosos. Hay también un analfabetismo ambiental cruzado con el mandato exportador, que defienden economistas que se dicen heterodoxos. Hay también falta de imaginación política, la gente quiere quedarse en su zona de confort, no quieren pensar salidas. Y, efectivamente, esa parálisis nos lleva a acelerar el colapso y el colapso es más desigualdad, más xenofobia, más racismo, más extractivismo y, seguramente, expansión de las extremas derechas. Por supuesto que vivir en medio del colapso no es fácil, pero es lo único que nos ha tocado. Es a partir de esa experiencia que viene el dramático llamado de Greta Thunberg, que es un llamado a actuar, a la acción drástica. Con estas imágenes quiero cerrar: multitudes, como en Mendoza, que defienden el agua, como en Chubut que se oponen a la megaminería, con las banderas de Jóvenes por el Clima, con las mujeres que hacen agroecología. Recordarles eso, que desde el Sur también se están construyendo propuestas. Y que esas propuestas no son un manual de preguntas y respuestas. En realidad, sabemos que la transición no es fácil, que la transición es compleja, pero al menos sabemos que el Pacto Ecosocial puede funcionar, como diría el marxista mayor de América Latina, José Carlos Mariátegui, como una brújula, como una guía para salir de los modelos de mal desarrollo. 

 

P.S.: Hay algo en lo que a veces suelo subrayar que es la cuestión cultural, tiene que ver con lo que es la deficiencia de la imaginación política, ahí entran a jugar las utopías, las formas de vivir, incluso las ideas de hedonismo alternativo, que son ideas que me encantan. Empezar a pensar cómo se puede vivir de otra manera, porque pienso en el neoextractivismo, la descarbonización medio que ya tiene consensuada su finalización, pero lo tengo re cerca al litio, o sea, la batería de esta cosa depende de que haya extractivismo, la electricidad depende del cobre por el cable. Entonces eso qué implica, no solamente que yo deje el celular, sino que es mucho más amplio, es pensar otra vida. ¿Qué posibilidades hay? Ahí es donde juega la cultura, todas las artes, que empiezan a jugar un papel importantísimo, ayudar a pensar otra forma de vida. Me parece que es también donde estamos trabajando todos y hacia donde estamos yendo, que esa transición, la de Graciela Esperanza, que nos va a mostrar cómo el arte va pensando en esas soluciones, en esa imaginación, en esas utopías. 

 

GRACIELA ESPERANZA:   Voy a empezar por una obra de un artista argentino, Eduardo Basualdo, que me parece que nos puede acercar a la discusión que nos reúne, al modo en que sólo puede hacerlo el arte, capaz de dar entidad material y visible a las metáforas, y además, abrirse a las lecturas sin forzarlas. La obra es pequeña comparada con otras de Basualdo, pero le basta una cuerda negra de 260 cm tendida entre paredes blancas para cifrar la inminencia de un desastre, puesto a imaginar a qué refieren el Pacto y las aguas del título porque la cuerda está a punto de romperse y, por lo tanto, la línea y la obra penden de un hilo, literalmente, y ofrecen una metáfora sutilmente gráfica del mundo contemporáneo. No sabemos cuándo ni por qué ecuaciones precisas de la física la cuerda podría romperse, pero late la expectativa de una pequeña catástrofe, un modelo a escala reducida, si se quiere, y sin proponérselo de otros finales previsibles. También el futuro de la humanidad pende de un hilo. La mayor amenaza que se cierne sobre el hombre en el Siglo XXI, la crisis climática, responde a fenómenos que operan a gran escala, enmascarando las causas y la verdadera dimensión de los efectos.

Una cita de Isabelle Stengers: «los Estados siguen proclamando sus buenas intenciones, pero ha triunfado el realismo y cualquier medida que frene la libre dinámica del mercado y atente contra el derecho de las petroleras multinacionales y la especulación financiera a transformar cualquier coyuntura en una fuente de beneficios será tachada de irrealista». Y tomo esta cita porque  en el discurso de la política, de la economía e incluso a veces en el de las ciencias, reina un realismo craso, incapaz de imaginar el futuro, cuando no un claro negacionismo. Pero es precisamente en el arte donde esa noción pobre de realismo está menos a gusto, aún en el arte, que no tiene vocación política, pero se vuelve político como esta obra, cuando vuelve realistas fantasías a primera vista impracticables. No sorprende, entonces, que en el nuevo siglo el arte se haya vuelto sensible al debate abierto en torno al Antropoceno, que haya intentado nuevas formas de diálogo con los restos que el hombre va dejando a su paso, con otras formas de vida y con otros saberes, sin que ninguna disciplina oficie de árbitro final respecto de las otras. Tampoco sorprende que haya encontrado inspiración o sintonía en una nueva ontología orientada al objeto que, bajo el nombre de realismo especulativo y otros tantos nombres, ha intentado apartarse del antropocentrismo, deshacer la correlación entre ser y pensar, y dar respuesta filosófica a la desalentadora conflagración entre historia humana y geología terrestre. La gran escala de los fenómenos, hiperobjetos los llamó Timothy Morton, nos paraliza, claro, pero confiamos en que el arte puede ver lo que no vemos y convertirse en caja de resonancia. Nunca más oportuno con su gasto improductivo como un modelo alternativo al productivismo ciego que nos trajo hasta aquí, una lente privilegiada para recalibrar nuestro lugar en el planeta, un laboratorio vivo de inmersión en un mundo ya no centrado en el hombre, sino abierto a una cohabitación multiespecie. 

 Voy a hacer un breve recorrido por algunas obras y algunas ficciones que, creo yo, como todo el arte que a mi juicio cuenta, no ilustra los debates de su tiempo, no los reducen a un mero enunciado ecológico, ni los actúan en un activismo ingenuo, sino que se traducen en sintaxis, nuevos dispositivos, nuevas formas, nuevos procesos. 

Empecemos por el hiperobjeto mayor: el cosmos. Recalibrar nuestro lugar en el planeta e incluso en el cosmos, precisamente, es la ambición de la artista polaca alemana Alicia Kwade: «quiero poner en perspectiva, en nuestra propia escala relativa y la escala relativa de lo que estamos haciendo». Sucede en esta obra para pívot, que instaló en la terraza del MET en Nueva York, una suerte de pequeño planetario 3D que invitaba a acercar la inmensidad del cosmos a la escala humana y contrastarlo con la escala absurda del capital encaramándose en el cielo neoyorquino. Nueve esferas pesadísimas de mármol prodigiosamente congeladas en el aire parecían desafiar la fuerza de gravedad con una gama ecuménica de mármoles multicolores de todas partes del globo, incluida una esfera de cuarcita verde de Finlandia que recuerda el blue marble, la imagen que el Apolo 17 tomó de la Tierra, desde entonces, la más icónica del planeta. La visión se volvía perturbadoramente escabrosa hacia el sur, cuando marcaba la línea de los nuevos rascacielos súper delgados que en los últimos años transformaron el skyland de Manhattan con un corredor de multimillonarios. Torres de hasta 96 pisos, las más delgadas, las más caras y las más altas residenciales del planeta, que también parecen desafiar las leyes de gravedad, pero se vuelven absurdas cuando, en un golpe de vista, se convierten en frágiles pedestales de los planetas de Kwade. 

El arte puede también poner en perspectiva en nuestra propia escala temporal relativa en el universo. Gillermo Faivovich y Nicolás Goldberg llevan más de una década sondeando el misterio de una lluvia de meteoritos de más de 4.000 millones de años que aterrizaron en el Chaco argentino hace 4.000 años. Desde el primer encuentro con el Chaco, el inclasificable proyecto de Faivovich y Goldberg quiere volver visible lo que estaba oculto, pero no tiene un medio específico, recurre a la investigación, a la ingeniería institucional, la instalación, la microfotografía o incluso al decomiso, como la obra que está exhibida aquí en el CCK. Pero en 2019, reduciendo a su máxima expresión la escala de las empresas, Faivovich y Goldberg concibieron «Encuentro con el mataco», una obra que ofrecía apenas lo que promete el título en el Museo histórico de la ciudad de Rosario, un encuentro con un meteorito de casi una tonelada, que después de asolearse durante más de medio siglo en los jardines del mar, emplazaron en el centro de una sala apenas iluminada por una tenue luz cenital donde parecía flotar en la noche oscura del cosmos. Tentaba acercarse y tocarlo, recorrer con la mano la superficie fría y escabrosa pero tersa al tacto, bruñida escultórica, uno diría, en su larga marcha por el universo. Solo en la sala oscura invitaba a imaginar el mundo sin nosotros del que proviene. Un mundo ancestral, donde existió sin nadie que lo observe o lo nombre y también una imagen más sombría:  un mundo futuro sin nosotros.

Pero el arte puede también abrir el diálogo con otras especies. ¿Y por qué no empezar por los bosques? La reserva natural más amenazada del Antropoceno. ¿Podremos los humanos interpretar sus señales? ¿Qué dirían si les prestaremos oídos? Esas y otras preguntas cobraban forma y volumen en «Sound Mirror», montada en la Bienal de San Pablo de 2016. El argentino Eduardo Navarro dispuso, como ven, una gran bocina de bronce junto a una palmera frondosa del parque y la conectó por un tubo con el interior de la Bienal hasta llegar a un banquito en que el visitante era invitado a sentarse para escucharla. Con agudeza retórica y su humor patafísico habitual, Navarro materializaba una metáfora potente: lo que no vemos se volvía aquí lo que no oímos y la desmesura del instrumento cumplía en recordarnos la escala del desafío. El improvisado luthier conseguía así un rédito metafórico añadido: la copa de la palmera y el hombre enfrentados casi a la misma altura, figuraban la continuidad de la naturaleza-cultura que propone Donna Haraway y la ontología plana a la que aspiran los realistas especulativos. Hermoso instrumento creado para el protagonismo estelar de la palmera, no sólo reemplazaba al hombre y al artista en la emisión del sonido y la ejecución, sino que, con ecos de John Cage, invitaba a la palmera a improvisar al azar según la intensidad del viento o el repiqueteo de las gotas de lluvia. 

¿Y el diálogo con el mundo animal? Pensemos, por ejemplo, en los insectos, que representan la mitad de las dos gigatoneladas de vida animal que puebla la tierra, superando por mucho a los humanos. Si se trata de aprender otras formas de convivencia, por qué no empezar por las arañas, que llevan miles de años anidando en nuestros techos, y atender entonces a las destrezas prácticas y sociales con que han sobrevivido a varias extinciones. Eso se propuso el argentino Tomás Saraceno, que será el más nombrado de la tarde, en su estudio de Berlín, acompañado por una red cada vez más nutrida de expertos de disciplinas muy variadas. Después de mapear rigurosamente cientos de telarañas en el Museo Moderno de Buenos Aires, convirtió el cubo blanco en una mezcla de hábitat artificial y laboratorio donde, asistido por aracnólogos, biólogos y etólogos, Saraceno alojó 7.000 arañas de una subespecie social que forma colonias cooperativas para que, durante meses, tejieran sus redes en la gran sala y ofrecieran una muestra visible de su sabiduría práctica antes de ser devueltas a su lugar de origen. Pero Saraceno se propuso, además, intentar la comunicación y volverla audible. Más allá de su asombrosa ingeniería estructural, la telaraña es un instrumento vibrátil que le permite a la especie, que es ciega y sorda, comunicarse punteando, rasgando, percutiendo e incluso tuneando los filamentos de seda. «La Orquesta Aracnocósmica» se propuso, entonces, contrariar nuestra concepción demasiado humana de la música, hacer con otras especies, en un concierto aracnocósmico, una experiencia bioacústica sin precedentes y, a la vez, una lección viva de cosmopolítica aplicada. 

Pero el arte puede hacer mucho más porque, aunque expandió lenguajes y medios, siguió consagrándose a la voluntad de un sujeto que exhibe un objeto para un espectador que cierra el círculo. ¿Pero se puede crear una obra abierta a las relaciones entre las especies en una dinámica de fuerzas y procesos indiferentes a la percepción humana? ¿Cómo escapar de la histeria del objeto artístico, que sólo existe para la mirada del espectador que lo observa? Las obras recientes del francés Pierre Huyghe parecen empeñadas en concebir ecosistemas dispuestos en un espacio para que prosperen en procesos independientes, creen su propia realidad ajena a la mirada del que observa. Sucede en esta obra que están viendo, «Sin cultivar», un singular jardín que creó en la documenta de Kassel, una constelación de elementos vegetales, animales, minerales, restos de piezas de arte, abierta a procesos posibles que Huyghe había graficado en un esquema profuso de esferas y redes, el espectro de elementos y relaciones potenciales se amplió más todavía en «After ALife Ahead», en Münster, un complejísimo sistema de relaciones interdependientes, previstas y aleatorias, visibles y ocultas, reales o virtuales, orgánicas o mecánicas, normales o patológicas, que sacudían al espectador en su extrañeza y lo llevaba a preguntarse dónde empezaban y terminaban los procesos.

Pero el arte puede, todavía, proponer empresas más audaces. El grupo independiente de investigación de arquitectos, cineastas, artistas visuales, periodistas, desarrolladores de software forense y arquitectura forense ha reformulado, de un modo insospechado, las relaciones del arte con la política. Más que desocultar lo real, sus proyectos intentan reconstruirlo mediante procesos de mediatización y materialización, investigando conflictos políticos y violaciones de Derechos Humanos, reuniendo, reorganizando, interpretando información de dominio público en muy diferentes formatos, como lo que están viendo, el uso de las granadas de gases lacrimógenos o volvamos a Vaca Muerta, los efectos del extractivismo en Vaca Muerta, para la producción y presentación de pruebas puestas al servicio de tribunales judiciales internacionales e incluso ante las Naciones Unidas. 

Pero preguntémonos también por la literatura frente a estas amenazas. Por algún motivo, los debates en torno al Antropoceno no parecen haber encontrado aún demasiado eco en el mainstream de la literatura o, en todo caso, han alumbrado un subgénero que, a instancias del mercado, ya tiene un nombre: ficción climática o clima ficción. ¿Por qué? ¿Por qué todavía no? Podríamos especular que la imaginación del futuro se asocia a la ficción apocalíptica de género, las utopías o las ucronías, y que la ficcionalización de lo impensable corre el riesgo de caer en los lugares comunes más remanidos del realismo mágico. En cualquier caso, arriesgaría otro argumento, la ficción que mejor interpela el Antropoceno no ilustra sus temas o incrusta en estampas del desastre en las mismas formas clásicas, sino que se deja transformar por la cosmovisión ampliada y, por lo tanto, altera el punto de vista, el tiempo, el espacio de la representación, el lugar del autor o del lector. Pienso, por ejemplo, en dos relatos: «Machine», del danés Peter Adolphsen, o el cuento «Como una cabeza enloquecida vaciada de su contenido» del rosarino Patricio Pron, que amplían el alcance temporal de la ficción, con narradores hiperolímpicos. Un relato que se abre en el Big Bang, en el caso de «Machine», y llega al Siglo XXI. Y en el caso de Pron, avanza con el mismo arco temporal en el sentido inverso. Ficciones cósmicas, podríamos llamarlas, que intentan un realismo o un materialismo de nuevo cuño con un protagonismo de los archifósiles de los que habla el filósofo Quentín Meillassoux. Pero pienso también en algunas ficciones de la polaca Olga Tokarczuk o de la norteamericana Jenny Offill. La ficción que hoy cala más hondo, parecen decir las novelas de Tokarczuk, no incrustan imágenes de catástrofes futuras en las mismas formas clásicas. «Sueño con un nuevo tipo de narrador, – confiesa en su discurso de aceptación del Premio Nobel – una cuarta persona que no es simplemente una construcción gramatical, sino que logra abarcar la perspectiva de cada uno de los personajes y ver más allá con una visión más amplia».        

De hecho, sucede en sus novelas. Pienso en las novelas de Jenny Offill, un gran descubrimiento para mí: Departamento de especulaciones y, sobre todo la última, Clima. No desdeñan el argumento ceñido de una familia media americana, pero están escritas en una sucesión de fragmentos, peripecias importantes o triviales, iluminaciones ondas o banales, todo en el mismo plano, no como en un fluir de la conciencia, sino un fluir de interrupciones. No hay catástrofes domésticas ni planetarias, sólo un malestar creciente que queda vibrando en los blancos e invita al lector a demorarse en las pausas. Lo mismo podría decirse de la mezcla de géneros en la novela-ensayo-manifiesto del británico Tom McCarthy, Satin Island. Y más. En sintonía con las reconstrucciones de arquitectura forense, pero con medios literarios, la artista y escritora mexicana Verónica Gerber Bicecci emprende una peculiarísima reconstrucción en su reciente «La compañía», una suerte de crónica experimental que partió de una obra visual, en la que despliega un arsenal de medios y lenguajes para reconstruir uno de los casos más devastadores de extractivismo depredador en Zacatecas, México. Fotografía, foto novela, pictogramas, apropiación de un cuento y una obra visual, diagramas, mapas, montajes de textos históricos, científicos, testimonios, entrevistas, componen un relato de la historia de Nueva Mercurio, que faceta infinitamente la complejidad de su auge expoliador y su caída y la de sus efectos traumáticos, psicológicos, ambientales y sociales que aún perduran. Las ruinas de Nuevo Mercurio son apenas un anticipo del modelo de desarrollo insustentable, o el mal desarrollo como lo llaman Maristella y Viale en el libro, que se agudizó, como lo explica Maristella, con el neoextractivismo del Siglo XXI. 

Digamos que, tocado por el descalabro del planeta en el Antropoceno, el arte se empeña en obrar prodigios. El arte puede rizar el tiempo, como en la obra rumana, un bosque de abetos blancos que plantó a fines de los ’90 en Finlandia, que se completará dentro de cuatro siglos, el tiempo que necesita para convertirse en bosque primario. Un modelo matemático basado en la proporción áurea, esto es lo que se ve desde Google Maps, fruto perfecto del intelecto humano se funde con la majestad de los abetos que crecen tenaces en la cantera de grava. 

El arte puede, incluso, reiniciar el planeta como en la obra «Today We Reboot the Planet» de Villar Rojas, que invitaba al espectador a recorrer el futuro fosilizado del Antropoceno, en el que la vida natural volvía a comenzar germinando en el adobe. Una materialización posible con un descubrimiento formal de Villar Rojas: la arcilla cruda crea ruinas instantáneas y ofrece un teatro verosímil del futuro anticipado. 

Pero también, y en otro tono, el arte puede componer una ópera performance como la obra «Sun and Sea», de tres artistas lituanas, montando una playa en una Bienal. La inminencia de la catástrofe se cuela en el libreto y en el ocio de la vida cotidiana, como en las novelas de Offill, y puede batir no sólo uno, sino 32 récords en la obra en la que no me detengo porque ya la mencionó Maristella. 

De modo que, volvamos al cosmos para cerrar y a la foto que el Apolo 17 tomó en 1972 en su serie Planet Stories, la artista argentina Erica Bohm refotografió con una cámara polaroid esa y otras imágenes de la Tierra vista desde el espacio tomadas de Internet. Fotografías imposibles, la cámara polaroid se desintegraría en el espacio, que sin embargo actualizan esa práctica exclusiva de los astronautas en el presente de las nuevas fotos, un espejo extraño de nuestro pasado y una pregunta abierta sobre nuestro futuro: ¿hasta cuándo se verá así la Tierra desde el cosmos, conmovedoramente azul, verde y blanca? 

 

M.A.: Muchas veces la tierra se ve roja. No solamente sucede porque hay condiciones atmosféricas alteradas, sino porque el hombre los provoca para seguir expandiendo la frontera que ya casi no queda. Y eso es lo que se ve desde el espacio, grandes plumas rojas o blancas producto del incendio. 

 

P.S.: Esto es un tema que recién se abre, creo que un objetivo logrado es que empecemos a tener preguntas en la cabeza. También las cuestiones, a veces, del desarrollismo, que son a las que se recurre apenas pasan cosas como una crisis económica o una crisis epidemiológica como la que tuvimos, también empezar a pensar y empezar a relativizar ese tipo de terminologías y de soluciones. Y es muy importante la imaginación política. Yo creo que eso es esencial, por eso me acordaba cuando decías, Graciela, la cuestión del realismo. Hay un teórico inglés del que yo soy fan que se llama Mark Fisher, que habla de realismo capitalista. Esa idea de no alternative, que era aquel eslogan de Thatcher. Es una idea que, después, muchos empezaron a reflotar: la idea de que es mucho más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo, porque también hay que empezar a pensar desde ese lugar.

 

G.E.: En eso puede ayudar el arte, a empujar a la imaginación. 

 

M.S.: La idea de portal a mí me parece que marca una conexión, porque decir que el arte es un portal, es casi una banalidad, porque abre a otros horizontes. La obra de Saraceno y gran parte de lo que mostró Graciela va en esa línea. Pero nosotros también tenemos que pensarnos como en un portal para poder también asistir en el marco de esta crisis extraordinaria, poder dar esa vuelta de tuerca que implica cuestionar lo establecido, desnaturalizar la crisis y, sobre todo, tratar de convencernos de que es posible el cambio, que no podemos caer en la parálisis y que la transformación es absolutamente necesaria porque si no, lo que efectivamente será nuestro destino, es un planeta sin seres humanos muy probablemente. Entonces, la metáfora del portal, la liberación cognitiva que te muestra una apertura a otros horizontes ontológicos, políticos, filosóficos, reales y concretos es fundamental. Sin esa apertura, la gente cae presa de la incertidumbre, del miedo y ese es el peor de todos los males. 

 

P.S.: La verdad es que yo pertenecí al grupo de los que tuvimos fé cuando empezó a pasar lo de la pandemia, como si fuera una especie de extrañamiento, como se decía en el Siglo XX. El distanciamiento frente a lo que era nuestra cotidianidad y, por ahí, podíamos empezar a pensar otras formas desde ese lugar. Ahora que estamos viviendo ese shock de presencialidad y de esa especie de nueva normalidad, un poco decepcionado estoy porque todo quiere volver al mismo lugar, como si hubiera sido el pause que se le ponía las películas. Nos quedamos en marzo del 2020. Ahora todo sigue igual. A veces voy a fiestas en donde veo que la gente perdió un poco la sintaxis de cómo se bailaba, de cómo se encontraba, de todo. Yo pensaba: qué oportunidad para no aburrirnos y pensar otras formas. Y no. Decimos que tenemos que recuperar aquellas fiestas que hacíamos antes. Eso me preocupa y me deprime, pero esto se lo cuento a ustedes, a nadie más, nadie más lo sabrá. 

 

PÚBLICO: ¿Cómo nos paramos ante proyectos de ley como, por ejemplo, el de la explotación hidrocarburífera?

 

M.S.: Claramente hay que oponerse a la explotación de hidrocarburos, los combustibles fósiles tienen que quedar bajo tierra, el presupuesto de carbono está agotado. Es cierto que para eso en los países del sur tiene que haber una transición, no es de un día para el otro. En los países del norte la descarbonización ya está discutiéndose, pero aquí no. El problema es ese, que todavía se sigue con la idea de que con más extractivismo vamos a salir de la crisis. En realidad, estamos adhiriendo a una agenda del pasado, una agenda que es la que nos llevó a esto, a la gran catástrofe. Yo creo, de todas maneras, que hay un ambientalismo popular creciente en toda la sociedad argentina, que va generando conciencia acerca de estos problemas. Han sido muchos los temas que se han colocado en agenda y no en vano ha habido también un intento de cancelación del ambientalismo. El intento de cancelación del ambientalismo tiene que ver con su creciente importancia porque estos son los problemas no del futuro, sino los problemas de hoy. Los problemas del ambientalismo, los problemas ecológicos son los grandes problemas de la sociedad que debemos afrontar todos juntos. 

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