Éric Sadin, La era del individuo tirano, Caja Negra

Individualismo tirano, o las Tablas de Mi Ley

por Pablo Schanton

Conocemos esas diagnosis generalizantes, a cargo de filósofos blancos ATP que, desde el centro mismo de Europa, se ponen de moda hablando contra la moda en nombre de un existencialismo implícito y trágico. Alguna vez, Gilles Lipovetsky; hace poco, Byung-Chul Han. Ahora Éric Sadin (París, 1973) podrá señalar cuáles serían en lo que va del siglo nuestros (el “nosotros” es esencial a la hora de la empatía) Ethos (modo de ser en el mundo), Logos (forma de conocer ese mundo) y Psyché (diseño cognitivo y perceptivo), y cómo éstos modelan cierto “espíritu de época” marcado por el optimismo tecnológico de la humanidad. No obstante, este analista crítico de los medios técnicos de la era digital y virtual trata de soslayar cualquier conclusión despolitizada, además de releer desde el presente síntomas del pasado que nos advertían adónde íbamos a llegar sin darnos cuenta en su momento. Su nuevo libro en español, el cuarto editado por Caja Negra, se llama La era del individuo tirano. El fin de un mundo común, título que nos ahorra mucho poder de síntesis.

En algunas secciones, el libro podría parecer obvio y redundante, espacialmente cuando se detiene a explicar cómo impactaron en el ethos y la psyché la Web 2.0, Facebook, Instagram, Siri, Grndr, Uber, Anonymus, etc. El libro se podría leer como un diccionario sin ordenar sobre la terminología de estos primeros veinte años del siglo XXI, así de didáctico es. Pero justamente de sacudir esa sensación de “obviedad” se trata. Sadin no es un optimista/positivista que aplaude el avance de la humanidad tecnologizada. Más bien, ejercería una “dialéctica del iluminismo” aggiornada: ¿quién dijo que la tecnificación nos hizo/hace/hará mejores? Explícitamente, uno de los modelos hermenéuticos detrás de La era del individuo tirano son las mitologías que Roland Barthes publicaba a fines de los ’50 con mejor puntería interpretativa que Para leer el Pato Donald. Inmersos como estamos en la industria digital de webs y redes, Sadin intenta desnaturalizar nuestra relación con ellas. Habla de “desencriptarlas”. Por ejemplo: puede empezar por el walkman, pasar por el buzo con capucha y desembocar en el Smartphone y el monopatín eléctrico a fin de demostrar cómo se fue produciendo ese repliegue en nosotros mismos progresivamente, sin darnos mucha cuenta. A ese aislamiento colectivo –esferización en uno mismo, autosuficiencia–, Sadin lo ve como resultado de un “giro implosivo” de una sociedad que se atomiza, que pierde su marco de contención, su pacto de base. Asoma entonces el “individuo tirano”, que ya no obedece a ninguna comunidad, sólo a sí mismo. Así el capitalismo nos ha “monodizado”. Nos hemos vuelto mónadas nómadas, todo muy líquido, fluido, acuoso. Sadin utiliza la nomenclatura “monódica” de John Locke como origen de este “agregamiento de subjetividades” propagado por el neoliberalismo, que vino para reemplazar los proyectos colectivos que abogan por la inclusión y la equidad.

Las nuevas tecnologías personales, con su ilusión de intimidad intensa con testigos, no hacen más que compensar un sistema económico que nos condena a la precariedad, la competencia feroz y a la baja autoestima. Hacia el final, el libro se enciende en un crescendo que alarma: ¿y si el empresariado de uno mismo –eso de vivir vendiéndonos– nos estuviera conduciendo a un nuevo tipo de anomia extrema, adonde se justifican los crímenes revanchistas, se vive en un estado de ingobernabilidad permanente, y, lo que es peor, experimentamos una “guerra civil larvada” y no nos damos cuenta? Los actuales impulsos catárticos de resurrección, como los de los chalecos amarillos franceses, se oponen a las situaciones revolucionarias que alimentaba la modernidad. Si no existe la contención común/comunal/comunitaria, cada uno sólo puede remitirse a su pulsión como único valor y única verdad. En vez de participar de una justicia universal y humana, nos encontramos en una lucha darwinista de todos contra todos (sólo sostenida por el juego del mercado, otro tirano, y qué tirano). Como dice el título de uno de los capítulos y los neolibertarios repitirían como estribillo: Son Las tablas de Mi Ley.

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