Hongos para ser libres

Cada mundo es un modo de dar existencias y negar existencias, un formato que implica considerar que algunas cosas son reales y otras son meras fantasías. ¿Qué existe en tu mundo? ¿Qué no puede existir? La antropóloga norteamericana Anna Tsing habla de comunidades de recolectores de hongos -migrantes, que huyen de las grandes ciudades en busca de una especie rara de hongos, matsutake, que sólo crece en bosque en ruinas- como metáfora para describir la libertad como un efecto de la interacción cultural abierta, llena de malentendidos. El brasilero Eduardo Viveiros de Castro, otro antropólogo, cuyo trabajo se encuentra muy en sintonía con el del Tsing, ayuda a entender que la naturaleza como totalidad no existe, sino que hay múltiples naturalezas. Hace falta un compendio de puntos de vistas que nos enseñen a mirar, en su multiplicidad, los paisajes actuales del mundo. 

Por Emmanuel Biset

En un libro hermoso titulado La seta del fin del mundo, Anna Tsing realiza un estudio antropológico del hongo matsutake. Un hongo muy valorado por la cultura japonesa, que solo crece en bosques en ruinas, recogido por comunidades migrantes en los bosques del pacífico, comercializado por el mercado capitalista. Buscar entender el mundo actual supone una mirada fractal, o como señala Tsing, dar cuenta de las múltiples parcelas que ayudan a configurar un paisaje. Hace falta un compendio de puntos de vistas que nos enseñen a mirar los paisajes actuales del mundo. Un mundo en ruinas que engendra posibilidades. Un trabajo minucioso que ejercite las artes de la observación crítica para atender a cada parcela (desde la historia del capitalismo al estudio de las migraciones, desde lo que sabemos de la biología de una especie a las dinámicas de los bosques), para sin esperanza ni temor pensar conjuntamente las ruinas y las posibilidades.

Sin esperanza, sin temor. Aprender lentamente las artes de la observación para encontrar posibilidades en las ruinas. Anna Tsing hacia la segunda parte del libro escribe sobre la libertad, sobre sus múltiples sentidos más allá de la decisión o de la ausencia de Estado. Una libertad como apertura en una interacción con otros plagada de conflictos. Entender la libertad, sugiere, como un modo de esquivar fantasmas. Todos esos fantasmas que nos habitan y de los cuales huimos. Libertad: huida, apertura. Eduardo Viveiros de Castro, otro antropólogo, ayuda a entender que la naturaleza no existe, que siempre existen múltiples naturalezas. No existe una misma naturaleza que cada cultura ve de modo diferente. No. Otra cosa: una diversidad de naturalezas, múltiples mundos. Entonces la pregunta es las ruinas de qué mundo abren posibilidad. O mejor, cuál de los mundos está en ruina y cómo podemos allí alojar una posibilidad. 

Quizás porque algo como eso llamado libertad empieza siempre ¿qué es lo que hay? Cada mundo es un modo de dar existencias y negar existencias. Considerar que algunas cosas son reales y otras son meras fantasías. ¿Qué existe en tu mundo? ¿Qué no puede existir? Así la pregunta es si podemos habitar otro mundo que el nuestro, o hacer de nuestro pequeño mundo otra cosa. Posiblemente se aloje allí un sentido de libertad radical: no ya las opciones dentro de un mundo, sino la posibilidad de otro mundo. Un mundo otro, un entre mundos, que empiece por atender a cómo otros existentes, de los hongos a los bosques, de los jaguares a los insectos, puede tener cabida en una idea de libertad no restringida. Si decir como la libertad de los hongos nos parece imposible, es porque la vacilación de nuestro lenguaje político recién ha comenzado. 

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