Unión de Trabajadores de la Tierra

La tierra para quienes la trabajan

¿Cuál es la diferencia entre alimentos y commodities? ¿Quién vende los plaguicidas? ¿Se puede vivir bien de trabajar la tierra? Rosalía Pellegrini y Zulma Molloja responden a estas preguntas y comparten sus experiencias como integrantes de la Unión de Trabajadores de la Tierra.


BIOGRAFÍA

La Unión de Trabajadores de la Tierra es una organización argentina de familias pequeño productoras y campesinas que tiene como norte la lucha por la soberanía alimentaria, el acceso a la tierra y el comercio justo.


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¿Cuál es la diferencia entre alimentos y commodities? ¿Quién vende los plaguicidas? ¿Se puede vivir bien de trabajar la tierra? Rosalía Pellegri y Zulma Molloja responden a estas preguntas y comparten su experiencia como integrantes de la Unión de Trabajadores de la Tierra. La UTT está organizada en 16 provincias, y se constituye en economías regionales donde se producen alimentos para el mercado interno: fruta, verdura, se crían animales, se produce miel. La UTT es una organización democrática donde mediante asambleas en grupos de base se debaten las problemáticos y se generan promotores y promotoras: de agroecología, de género, de acceso a la justicia. Los territorios donde se desarrollan estos trabajos agrofamiliares y campesinos son arrendados. Desde 2016 está presentado un proyecto de ley de acceso a la tierra. 

ROSALÍA PELLEGRI: EL “campo” no produce alimentos, produce commodities” 

Nosotros planteamos que hay otro modelo de agricultura posible. Un modelo que esté basado en dar de comer al pueblo alimentos sanos y a precios populares y que a su vez implica derechos para aquellos que trabajamos la tierra, que producimos ese alimento. 

Del otro lado, hay un campo que, vamos a decir la verdad, es mentira que produce comida, produce commodities, produce una mercancía para ser exportada, muchas veces, en base a envenenar la tierra, a profundizar un modelo de concentración de esa tierra. Y así es que terminamos comiendo alimentos que están atravesados por esta soja transgénica que ya quedó demostrado que no alimenta, sino que mata. 

En Argentina y en el mundo entero se fortaleció un modelo de agricultura que está dominado, solamente, por seis empresas en el mundo que lo que te venden es un paquete tecnológico. Lo que te proponen es una semilla genéticamente modificada que, además, para que ese modelo sea exitoso y rentable económicamente – todo el tiempo estamos hablando de rentabilidad, de ganancia, de mercancía y no de alimentos -, esta semilla viene acompañada de fertilizantes, de herbicidas, lo que se dice «mata-yuyos» que es el glifosato. O sea que, esa semilla transgénica, modificada genéticamente, sí o sí va acompañada de ese paquete de fertilizantes, de agrotóxicos. 

Entonces, lo que generaron, también, es un modelo de agricultura de dependencia, porque, para poder producir, te imponen ese paquete. Eso pasa con la soja, pero también nos pasó con la horticultura. También a los pequeños y pequeñas productoras nos metieron en la cabeza también ese modelo de que no podés producir alimentos si no es comprando ese paquete tecnológico que, casualmente, lo crean y te lo venden esas seis corporaciones.

 

¿Por qué es tan muy importante la ley de acceso a la tierra y pensar el acceso a la tierra en Argentina’  Para que se den una idea, el 40% del territorio nacional está en manos de un puñado de familias terratenientes, el 40% del territorio nacional lo tienen 1300 familias, las más poderosas del agro de este país. A su vez, la gente tiene que ir a comprar alimentos caros y con veneno. Entonces, lo que proponemos es defender, no sólo el acceso a la tierra, sino el acceso a la tierra para producir alimentos sanos. Equilibrar la balanza. 

Estamos en pandemia, tenemos que empezar a reflexionar cuál es el modelo de agricultura y de desarrollo que queremos porque, si no, ya está a las claras hasta dónde puede llegar esto.

ZULMA MOLLOJA: La trampa de las agroquímicas y una salida ancestral

Lo que estamos haciendo es cambiar un modelo de muerte y convertirlo en vida, en salud, hacer soberanía alimentaria, tratar de hacer de distintas formas y tratar de recuperar los saberes ancestrales. La agroecología ya venía de hace años, de los antepasados, entonces lo que nosotros hacemos hoy en día es recuperar eso, por ejemplo, es curar de forma natural. La idea no es matar a los bichos, sino espantarlos con lo natural y dejar las agroquímicas, lo que hoy en día nos impusieron las multinacionales, nos venden un químico a 16 mil pesos el litro, que te envenena, te enferma. Nos hemos dados cuenta de que no estábamos envenenando nosotras, como mujeres, a nuestros hijos y también, envenenando a la población entera. 

Porque antes dependíamos de patrones que te decían «curá con esto», «plantá esto», «echale esto» y vos trabajabas, eras un empleado más. Lo que hacemos, hoy en día, es organizarnos entre diez compañeros, alquilar diez hectáreas de tierra, ahí producir tu propia verdura y poder decidir cómo plantar, qué quiero plantar y hacia eso las mujeres nos hemos empoderado porque, a veces, nuestros maridos no confiaban en la agroecología, seguían confiando en las multinacionales, entonces gracias a eso, nosotras nos hemos empoderado, porque cuando venían nuestros hijos a tocar las producciones, no podían tocar, nosotras teníamos que atarnos un trapo a la boca, seguir fumigando, tratar de decir «no vengan a la quinta» porque no puedes tocar, te puedes enfermar, tenías que esperar para comer esa verdura dos o tres semanas. 

Hoy lo que hacemos es curar con todo natural, con un purín de ajo, de ají, con un purín de ortiga. Mis hijos pueden correr, pueden tocar las parcelas. Hasta yo, inclusive, sacando el yuyo, puedo comer esa lechuga, puedo comer las verduras que están, es natural y ese es el modelo que queremos, que dejen de envenenar nuestras tierras, nuestros territorios y a nuestras familias. Por eso, nosotros hoy estamos recuperando eso, que no se pierda, no solamente la agroecología en nuestras quintas, en nuestras chacras, sino también en nuestro cuerpo, en nuestro organismo. 

También tenemos los biocorredores de todo natural como hacían nuestros abuelos. Por ahí plantábamos manzanilla, un té de romero, cosas naturales y te curabas con eso. Te hacían algo natural que vos no tenías que ir corriendo a la farmacia, porque no solamente están en la producción sino también están en la farmacia. Cuando te duele algo, vas a la farmacia y envenenás tu cuerpo. Y no solamente en la producción. Lo que hacen eso de Bayer, Monsanto, las farmacias lo venden también

La organización empieza en el año 2010 y éramos unos cuantos compañeros que empezaban a recuperar la agroecología y que siempre dan talleres. A los propios compañeros de la organización que hemos empezado a hacer agroecología nos dan el taller, nos capacitan, hacemos purines en vivo. La idea es enseñar y que cada compañero lleve su cebolla, su ají, que empiece a hacer su purín, que lo haga en casa. También vendemos nuestros propios insumos en la sede de la organización. Yo hace años no tenía mi propia tierra, tampoco alquilaba, lo que nosotros hacíamos era depender de patrones. Yo vine de Bolivia, mis papás también son bolivianos, ellos inmigraron por las diferentes situaciones de Bolivia. Vinieron acá y tenían un patrón al que tenían que obedecer. Los citaban a las tres de la mañana, dos de la mañana a trabajar, éramos esclavos nosotros en ese entonces. Trabajábamos casi las 24 horas, a veces sin comer, sin tomar agua, para nosotros era una lucha. Y después, conocimos la organización hace seis, siete años. Y ahí nos enseñaban cuáles eran nuestros derechos, hacían formaciones, te decían cómo recuperar tus derechos, cómo tiene que ser un empleado, una empleada, no tiene que ser esclavizado tantas horas de trabajo. Había una formación muy grande en la organización, entonces eso, a nosotros, nos gustaba. Ya no te sentías solo, porque antes te sentías solo. Si el patrón no te dejaba salir, ni hacer un DNI, ni a un trámite te dejaban salir. Y al conocer la organización no. Aquí pueden salir cuando quieran, tienen tantas horas de trabajo. Ahí conocimos la organización, había muchos productores y productoras, así como yo, extranjeros que vinieron de Bolivia, de diferentes países. No solamente son de Argentina, sino que son de diferentes países en la organización. Y para mí, fue un orgullo poder conocer una organización tan grande, donde hoy en día soy la referente, porque me gusta la militancia. También hay tantos compañeros que, así como yo, han sido esclavizados y están en el modelo de muerte. Lo que queremos es recuperar a esos compañeros, sacarlos de donde están ahora y que puedan tener el pedacito de tierra que tanto quieren. Nosotros nos hemos organizado entre diez compañeros para alquilar las tierras porque no son nuestras. 

Hoy en día, donde yo vivo, donde yo produzco, las tierras son alquiladas. Tenemos un contrato de arrendamiento de tres años. Yo ya me fui de tres quintas. Eso es lo más doloroso que les voy a contar, porque nosotros no tenemos una tierra propia. Pagamos alquileres carísimos entre diez a dieciocho mil pesos mensuales del 1 al 10. Una hectárea te estoy hablando. Y la luz pagamos desde veinticinco mil hasta cuarenta mil pesos la hectárea, al mes. Porque es por riego de goteo, mediante la electricidad. Sube el dólar, sube la semilla, suben los insumos, el nylon de invernadero, el goteo, todos los insumos para producir son carísimos. Entonces, lo que hacemos es producir de forma agroecológica que ya no invertís en un veneno que te costaba quince mil pesos. En agroecología no gastás porque con una cebolla, un ají, los licúas, comprás un litro de alcohol, lo mezclás, esperás unos días y ya tenés un purín que no te costó ni quinientos pesos. Hoy, lo que tenemos es la comercialización directa, también, que nos pagan unos precios justos a nosotros. Obviamente, todos los compañeros que hacen agroecología se van a los almacenes. Los almacenes son como supermercados, como verdulerías, que venden nuestra verdura directa del productor al consumidor. Antes venían los camiones, me decían «haceme cien cajones de verdura, de lechuga» y yo la hacía, en dos meses el camión venía, lo cargaba, se lo llevaba y me decía «te voy a traer el sábado que viene la boleta» y el sábado que viene yo esperaba porque tenía que pagar el alquiler, comprar los plantines otra vez, para volver a plantar y decían «no, la tiré tu verdura, no se vendió, no te voy a pagar». Y siempre era lo mismo. A muchos productores nos ha pasado eso, por eso dijimos basta de perder, ya estamos cansados de perder la producción, de plantar, de sacar, cosechar y cuando se llevan al mercado, no lo venden, no te pagan y así nos hemos organizado entre todos los compañeros. 

A las plazas nos hemos ido a vender todo por diez pesos, hemos empezado a organizar ferias para llegar a los barrios más populares. De esa forma dijimos por qué no empezar a abrir los nodos y, hoy en día, empezaron los nodos de la comercialización que están en distintos lugares.. Hoy en día puedo decir que sí me puedo levantar con orgullo. Antes andaba con la cabeza gacha porque no podía pagar el alquiler, la luz. Con la comercialización sí. Avanzás y te levanta un montón, porque vos sacás la ganancia y te das un tiempo para hacer agroecología. Para nosotros es una emoción muy grande.

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