Conferencia conversada con Bifo Berardi

Entrevista por Diego Sztulwark 

En un presente en el que la democracia y la opinión crítica son desplazadas por la cultura identitaria, la rabia y la depresión, ejercer la reflexión es, dice el pensador italiano Franco “Bifo” Berardi, todo un desafío. Mientras la información va más rápido que la capacidad de procesarla y la aceleración está cambiando la sensibilidad y la capacidad de deliberación, Berardi propone parafrasear a Marx, pero a contramano: pide que volvamos a interpretar el mundo, antes de transformarlo. A lo largo dee esta conversación transmitida en vivo con el politólogo argentino Diego Sztulwark, Bifo analiza la idea de libertad en el mundo contemporáneo desde una perspectiva filosófica, psicoanalítica, poética.

¿Es todavía viable la convivencia en un contexto de efervescencia neofascista, que Berardi llama “apagón de la sensibilidad”, una ola de “idiotez propagada por el mundo” en forma de “rebeldía contra la ciencia y la razón”? ¿Cómo podemos hacer para recomponer un cuerpo tan disgregado?  Bifo propone reactivar la manifestación del deseo, del placer, y, en el día de la madre, se atreve a invitarnos a pensar la muerte, la extinción, como una perspectiva que no es sólo inevitable, sino también enriquecedora.

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DIEGO SZTULWARK: Recordaba haber escuchado o haberlo leído a Bifo, hace no mucho tiempo, decir que no se podía hablar de libertad sin hablar de igualdad. Entonces, voy a empezar por proponerle a Franco si puede hacer un comentario de cómo interpreta hoy esta frase que leí, que creo que está justamente en tu libro El tercer inconsciente. Dice así: «Cuando la política no imagina el comunismo, deja de ofrecerse en términos políticos«. Pensando esto de la libertad y la igualdad, Bifo, hoy esta frase tuya ¿hacia dónde la expandirías?

FRANCO BIFO BERARDI: Yo creo que la modernidad, el pensamiento moderno atribuyó una importancia exagerada a la facultad humana que llamamos voluntad. Cuando hablamos de libertad, hablamos de una potencia de la voluntad que se piensa como una potencia infinita, sin límites. Antes que nada, tenemos que decir que la libertad no es infinita porque la libertad, como posibilitad de hacer cosas, de realizar algo, se verifica, se determina, se manifiesta, al interior del espacio de la potencia. Es la potencia la dimensión en que la libertad se hace posible, no al contrario. Nuestra libertad pertenece al campo de nuestra potencia. Eso significa, también, que la ilimitación de la voluntad humana es algo que no existe. La voluntad ha sido, en la modernidad, el fundamento de la política. También la política, yo creo, ha sido exagerada. La importancia que hemos atribuido a la política ha sido demasiado exagerada. 

    Hoy nos encontramos con una limitación creciente de la voluntad, una impotencia creciente de la política. Las últimas décadas, después de la revolución neoliberal o contrarrevolución neoliberal y después del crecimiento del conocimiento técnico y científico mismo, han demostrado una impotencia creciente de la política y, particularmente, de la voluntad. Lo hemos verificado muchísimas veces contra el sistema tecnofinanciero, la acción ya no puede mucho, casi nada contra los automatismos técnicos, contra el cambio climático, por ejemplo, la voluntad política está casi totalmente parada. Esta conciencia o esta percepción de una impotencia de la política desencadenado reacciones, que son esencialmente reacciones de agresión, de agresividad y lo que llamamos nacionalismo, fascismo, esta vuelta del fascismo en condiciones diferentes, se explica pensando que la voluntad política frustrada reacciona de manera agresiva a esta frustración, a esta impotencia. 

Hay un pensador judío alemán poco conocido en Italia y creo también en el mundo hispanohablante que se llama Günther Anders, que en los años ’60 fue enormemente impresionado por el fenómeno de la bomba nuclear, escribió textos donde explicaba que el crecimiento de la fuerza de los productos de nuestro conocimiento científico y técnico como la bomba nuclear hoy se presentan frente a los otros como una fuerza que nosotros hemos producido, pero ahora nos impiden decidir, actuar, vivir. Esta es la nueva condición en que vivimos, si seguimos atribuyendo a la voluntad política una fuerza determinante, creo que vamos a perder todo. Creo que vamos a perder la posibilidad de descubrir una forma nueva, una facultad nueva de relación con el mundo.

D.S.: Es muy desafiante lo que estás planteando, porque si la voluntad y la política no son el principal instrumento de transformación, entonces aparecen una serie muy grande de preguntas que necesitamos hacerte a ver cómo completás tu pensamiento. Pero quizás, primero, preguntarte por una serie de procesos últimos que a todos nos intrigan. Uno, por supuesto, es la elección en Italia reciente y el triunfo de Meloni. Pero también acá, en América Latina, tenemos situaciones que pensar muy bien. Vos seguiste de cerca la elección del apruebo en Chile, la derrota del apruebo en la Constituyente en Chile, y sabes de las últimas elecciones que hubo en Brasil, donde Lula queda posicionado como mejor candidato para la segunda vuelta, pero que Bolsonaro y el neofascismo en Brasil hicieron una excelente elección, una preocupante elección. Pero también hay situaciones no electorales muy preocupantes. Acá, en la Argentina, hace poco tiempo hubo un episodio, un intento de magnicidio, un intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Kirchner. En la otra cara de la moneda, la elección de Colombia y el discurso de Petro en las Naciones Unidas muestra otra cara de la política y quizás también de una nueva imaginación política. ¿Cómo leés vos alguno de estos episodios a la luz de lo que nos acabás de decir?

F.B.: Yo he escuchado el discurso de Gustavo Petro en la asamblea general de la ONU y me pareció que Petro insistió, sobre todo en la primera parte de su discurso, en algo que no tiene mucho que ver con la voluntad política, tiene que ver, sobre todo, con la sensibilidad. Habla de su tierra maravillosa, de las mariposas amarillas, de la selva amazónica como un lugar de intercambio cultural, estético, erótico, entre los hombres y la naturaleza. Me parece, escuchando el discurso, que intenta salir de los límites de la política. 

El estallido chileno de otoño 2019 a mí me entusiasmó muchísimo porque me recordó en cierta manera al Movimiento Autónomo Creativo de Bolonia en marzo de 1977. También el estallido chileno era un movimiento claramente político, pero lo esencial de esta explosión no era traducible en términos políticos. La elaboración de la carta constitucional, que yo he intentado seguir a través de mis amigos chilenos, de entender qué estaba pasando, me parecía que la traducción política no lograba traducir la fuerza de una inmediación social existencial erótica de un cuerpo colectivo que se revuelta, que insurge y que intenta crear un espacio nuevo. 

No intento olvidar el efecto de lo que el fascismo es hoy, por ejemplo, en Italia. Claramente hay una vuelta en la forma de acción y de discurso que pertenecen al pasado fascista, pero al mismo tiempo no me parece que se trate del fascismo de hace cien años y te digo por qué. Porque el fascismo de Mussolini era un movimiento de jóvenes, era un movimiento de expansión: vamos a conquistar África, vamos a subsumir a los negros y a las poblaciones. Hoy es al contrario. Hoy, hay miedo a los africanos que vienen a invadirnos. Hoy se trata de un movimiento esencialmente viejo, no sólo porque los electores de Giorgia Meloni son personas de 40, 50, 60 años, no son los jóvenes que votan para Meloni, pero eso no me importa mucho porque mi consideración no es sencillamente una consideración sobre la edad de los fascistas de hoy, no. Es sobre el horizonte del fascismo de hoy. El horizonte del fascismo de hoy es el horizonte de una humanidad que ha agotado su expansión. La expansión se agotó, el crecimiento económico no puede continuar sin destrucción total de la naturaleza. El crecimiento, la expansión territorial, no puede de ninguna manera continuar, sino produciendo guerras catastróficas. Me parece que la época del fascismo futurista se ha acabado. Hoy tenemos que hablar de gerontofascismo, de un fascismo del agotamiento y de la desesperación que el agotamiento está produciendo, sobre todo en la población blanca del mundo, en el norte del mundo.

D.S.: Un fascismo más bien senil. Sin movimiento agresivo hacia el futuro, un fascismo no conquistador. Lo estás conectando con el fin de un capitalismo expansivo. Ya no podemos seguir pensando en términos de racionalidades de un capitalismo que puede dotar de crecimiento a la economía o a la cultura. Por los dos lados aparece la cuestión de la muerte y, en la pregunta que yo te hacía antes, introducía la cuestión de la circulación de la amenaza de muerte, es decir, las derechas introduciendo la amenaza de muerte como una condición de posibilidad de la vida de la vida en sociedad. 

 La pregunta que te quería hacer ahora tiene que ver, quizás saliendo un poco de la política estricta, tiene que ver con este trabajo tuyo de vincular la economía política con la economía libidinal. Con lo que llamás el tercer inconsciente, con la mente colectiva. Escribiste un último libro en el que hablas de la depresión, de una depresión de tipo colectiva. Por un lado, quería saber cómo estás pensando esa depresión, pero también conectarla con qué pasó en la pandemia. ¿Qué nos pasó en la pandemia? ¿Cómo salimos de la pandemia? Y también, ¿qué pasa con la guerra en Europa y con la amenaza general de guerra?

F.B.: A mí me llamó mucho la atención una frase que he leído en el libro de Sándor Ferenczi, un psicoanalista de la primera generación freudiana, un colega de Sigmund Freud. Ferenczi es un húngaro que en 1919 dijo que nosotros, los psicoanalistas, tenemos las herramientas conceptuales, terapéuticas para tratar una neurosis individual, el sufrimiento psíquico de una persona, pero no tenemos las herramientas para entender, para elaborar, para curar una psicosis de masa. Este problema de la psicosis de masas nunca ha sido elaborado por la política ni por el psicoanálisis. Es verdad que hay piscología de masas del fascismo que intenta elaborar una explicación de un proceso de psicosis de la muchedumbre. Pero me parece que el discurso que Reich desarrolló en los años 20, 30, 40, hoy no puede funcionar. Lo central sigue siendo la represión sexual. 

   Entonces, yo he empezado a hablar del tercer inconsciente. Yo sé que es una expresión un poco metafórica que no funciona mucho desde el punto de vista de la ortodoxia psicoanalítica. No importa, es una metáfora. Qué significa tercer inconsciente, significa que, en el tiempo de Freud, el problema principal que elabora en su libro del ’27, El malestar en la cultura, habla de una represión sexual necesaria para desarrollar una sociedad civilizada. Esta primera interpretación de la relación entre inconsciente, sexualidad y vida social cambia en los años 60, 70, durante la revolución sexual y, sobre todo, durante el cambio social que se prepara y que explota en los años ’80 con la afirmación del neoliberalismo. El neoliberalismo vinculado también con la aceleración informativa de la tecnología digital produjo un efecto que es el contrario de la represión freudiana. Fue como un impulso, una inyección, una obligación al consumo, al exceso de consumo y de placer. Un exceso que no produjo mucho placer, de hecho, porque la incrementación del deseo se encontraba en una situación de constante imposibilidad del placer. La competencia, el trabajo, la precariedad, la economía, estimulaba el deseo, pero al mismo tiempo hacía imposible el placer verdadero. Es la segunda fase de la historia del inconsciente. Yo sé muy bien que el inconsciente no tiene historia. Podríamos hablar mejor de una historia de la psicoesfera, es decir, de las condiciones sociales, culturales, técnicas en que el deseo se manifiesta. 

A mí me parece que, con la pandemia, hemos entrado en una tercera fase del inconsciente, en una tercera fase de la psicoesfera. ¿Qué es esta nueva dimensión? Yo la llamo psicodeflación. De repente se verificó una reducción, casi un paro total, de la actividad social, del interactuar discursivo, económico, político y también sexual. El miedo al cuerpo del otro, el miedo a los labios del otro. Creo que podríamos hablar de una sensibilización fóbica producida por la pandemia. Y la pandemia ha pasado, puede pasar, no me importa. El punto es que el trauma no pasa. El trauma es aquí, sigue produciendo efectos que pueden ser efectos agresivos, efectos de guerra, de desencadenamiento de tendencias agresivas del inconsciente humano, que pueden ser efectos de psicodeflación larga, continua. A mí, hoy, me hace pensar en un fenómeno que se está desarrollando en todo el mundo, una especie de pandemia depresiva. Una investigación norteamericana publicada por el New York Times dice que, en un total de 18.000 personas entrevistadas, se puede verificar que el 27% de la población americana manifiesta síntomas de una depresión clínica evidente. Si vamos a analizar los datos relativos a la población entre 15 y 28 años, la proporción, la cifra sube a 54% de jóvenes. que manifiestan síntomas evidentes de una depresión clínica, es enorme. Significa el paro total de la vida social. Yo no creo en esto, en esta pandemia de depresión. A mí me parece que hay un malentendido, que hay algo que tenemos que entender mejor en el comportamiento. 

¿Qué es una depresión? Decimos que una depresión es una caída del deseo. Cuando invertimos nuestro deseo en un objeto, en el mundo, en un ritmo de vida, y después fracasamos, no podemos obtener lo que deseamos. La depresión de la que habla Mark Fisher, por ejemplo, una depresión que se funda sobre el sentimiento de un fracaso de valores ideológicos, de esperas económicas, eróticas, sociales. O la depresión de la que habla Miguel Benasayag en su libro sobre las pasiones tristes, un futuro que no es promesa, que se vuelve una amenaza. Esa es la depresión. Hoy yo creo que estamos estamos encontrando algo diferente. No se trata de una caída del deseo, se trata de una decisión de no desear nada. Esta es la novedad. En la caída de la energía, porque la energía produce sufrimiento. A mí me parece que en el comportamiento de la primera generación que aprendió más palabras por una máquina que por la voz de su madre, hay un comportamiento que no es un comportamiento de depresión, no hay sentido de culpa, no hay el tipo de sufrimiento que la depresión lleva consigo, hay algo diferente, hay lo que podríamos definir como una suspensión, un retiro, un rechazo, al deseo. 

Puede ser, ¿o no? ¿Qué es el deseo? El deseo es una intensificación del ritmo, del intercambio entre nuestro cuerpo, nuestra mente y el ambiente, los cuerpos de los otros, la naturaleza, el futuro. Esto es el deseo, una intensificación. Bueno, el problema es que la intensificación de la generación que aprendió más palabras por una máquina se verifica en la dimensión tecnoinmersiva. A mí no me parece que podamos hablar de depresión. Podemos hablar de una desexualización del deseo. El deseo se hipersemiotiza. La hipersemiotización del deseo, en mi sentido, explica muchísimas cosas de lo que está pasando. Por ejemplo, que no creo que no haya en Italia, en Europa, en ningún lugar, un verdadero movimiento pacifista, como había hace 20 años, hace 30 años. Hay deserción, deserción de la guerra, eso sí. Esta guerra no me interesa, no quiero saber nada de esta guerra. Me voy. Pero el fenómeno de la deserción no es sólo un fenómeno antimilitarista. El mismo fenómeno se llama, en Norteamérica, great resignation, la gran resignación. A mí, la resignación, en un primer momento, me pareció algo malo porque no creo en Dios. La resignación de los católicos, de los cristianos, significa aceptar la voluntad de Dios, pero resignación en inglés significa otra cosa, pues no significa lo que nosotros, los latinos, entendemos por aceptar la voluntad de Dios. Resignation significa “no quiero trabajar ni por un salario de mierda, ni por un salario más alto”. No quiero trabajar, punto. Este fenómeno se está desarrollando en larga parte del norte del mundo, en América, pero también en China, donde han inventado una palabra para decir los que no quieren despertarse en la mañana. Se está desarrollando en Europa. Me parece que es un fenómeno nuevo: el rechazo a trabajar en unas condiciones en que está claro que trabajar significa destrozar mi vida y el medio ambiente. 

Hay una forma de deserción que a mí me parece fundamental: es la de deserción, ese rechazo a procrear, que caracteriza el comportamiento de las mujeres de todo el norte del mundo, China incluida. En China, cuando terminó la política de un solo hijo y las autoridades del país dijeron que se deben producir muchos hijos para reforzar la economía, las mujeres rechazaron aceptar la instrucción política del Estado chino, hasta el punto que el Partido Comunista decidió que los inscritos, los integrantes del Partido Comunista, tienen que producir tres hijos para las guerras que se preparan, para la producción y el crecimiento. Deserción es la novedad.

S.D.: Franco, siguiendo el razonamiento que estás haciendo, tendríamos que entender la hipótesis que nos estás proponiendo como la idea de que ya no se trata de incrementar el deseo, ni tampoco de reorientar el deseo, sino de entender esta desexualización que ocurre en el deseo, que en el extremo, si te seguimos bien, se llamaría deserción o resignación, una especie de rehusarse a participar, a participar de la comunicación, de la economía, del trabajo, lo cual supone una serie de problemas…

F.B.: Y a participar de la política también.

S.D.: Y a participar de la política. Esto, evidentemente, trae una serie de problemas muy difíciles de resolver, porque todos sabemos que el trabajo es fundamental, aunque sea, para conseguir un salario y reproducir la vida material. Entonces, mi pregunta tiene que ver con si podemos volver sobre la noción de deserción con un par de cuestiones que te propongo pensar. La primera es cómo se conecta a la deserción con el contacto con la riqueza, con los valores de uso y con las posibilidades de un disfrute de la vida por fuera de la productividad neoliberal. Y la segunda sería que, quizás cuando penabamos en deserciones previas, eran deserciones que querían atravesar una frontera, una tierra nueva, acá la deserción sería ¿hacia dónde? ¿Estamos pensando en algún tipo de praxis, de práctica? ¿Estamos pensando en algún tipo de organización? ¿Lo colectivo sigue siendo parte de un horizonte constructivo en la deserción o no? 

F.B.: Esto es importante desde mi punto de vista, no estoy proponiendo nada, no es mi intención proponer un programa político. Mi intención es interpretar. Tenemos que interpretar hasta el punto que, tal vez, Karl Marx, que no se equivocó muchas veces, una vez se equivocó en el último punto de la tesis sobre Feuerbach, la tesis 11, donde dice que los filósofos han interpretado el mundo. Se trata ahora de cambiarlo. A mí me parece que los filósofos han intentado cambiar el mundo y ha sido un fracaso colosal. Entonces, yo pienso que sería mejor si los filósofos hacen su trabajo y su trabajo es interpretar el mundo, porque cuando interpretamos el mundo estamos haciendo algo muy importante.

 La interpretación no es interpretación sola, la interpretación es entendimiento, intuición de la tendencia. Eso me interesa a mí. Interpretar el presente para identificar la tendencia hacia el futuro. Desde este punto de vista, claro, ¿dónde vamos si desertamos del planeta? No lo sé. Donna Haraway está proponiendo una forma de deserción que significa nueva autoidentificación. No somos humanos, somos otra cosa, somos critters, somos partículas de una naturaleza que está fracasando desde el punto de vista superior del humano, pero que está evolucionando de una manera que no podemos entender.

Los jóvenes rusos y ucranianos desertan, y desertan mucho, parece que medio millón de rusos ha decidido que de la patria no les importa nada, y me parece que también muchísimos ucranianos empiezan a pensar la misma cosa, cuando desertás, ¿a dónde vas? Te transformas en migrante. Está difícil ser migrante. Ser un migrante ucraniano no es tan difícil, porque las autoridades europeas que rechazan los africanos, los siriacos y los afganos, aceptan muchísimo a los ucranianos. Pero no es este el punto, el punto es: estamos desertando ¿hacia dónde? No lo sé, no lo sé. Claro que cuando hablamos de los efectos del cambio climático, ¿qué significa desertar el cambio climático? No significa nada, porque no hay un planeta donde el cambio climático no existe. No tengo respuesta a esta paradoja, pero es la paradoja que tenemos que elaborar. Tenemos que elaborar una condición en que la nueva generación, que es una generación hipersemiotizada y, al mismo tiempo, irónica de una manera amarga, una generación que ha entendido que no hay futuro, ha entendido que el neoliberalismo es una promesa que no se cumplió, una promesa que se ha transformado en una trampa, cuando lo entienden ¿dónde van? ¿Como no hay otro planeta? 

Esa es la cuestión que tenemos que elaborar, ¿cuál es la dirección que puede tomar la deserción que empieza a manifestarse? Pero la primera cosa que tenemos que hacer es valorar la deserción, reconocer la deserción, interpretar la depresión como deserción, eso es importante desde el punto de vista terapéutico, antes que nada. Como terapeutas tenemos que hablar con el chico deprimido para decirle «escucha, tienes razón de estar deprimido, no puedo curar tu verdad, puedo ayudarte a enfrentarla». No podemos solucionar la depresión proponiendo el optimismo de la voluntad. El optimismo de la voluntad no sirve de nada, la política no sirve de nada, lo que sirve es la solidaridad entre desertores y ¿dónde vamos? No lo sabemos porque caminante, no hay camino, el camino se hace al andar.

D.S.: Te iba a preguntar por la filosofía y por el psicoanálisis que estás citando, pero ahora también la poesía, que serían las figuras que vienen a limitar un poco la preponderancia de la política que estás tratando de limitar. 

Tengo una pregunta más que me gustaría hacerte, tiene que ver con ingresar en un tono filosófico, pensando en la terapia, pensando en la filosofía propiamente dicha, recordaba una frase de Gilles Deleuze sobre sobre el filósofo Spinoza, diciendo que si algo nos gusta de Spinoza es que torció el destino de la filosofía y ya no nos la propone como meditación para aprender a morir, la filosofía no es un aprender a morir, no es un entrenamiento para la muerte, sino que es una meditación sobre y para la vida. Entonces, acá va mi pregunta: en tu libro hablás del devenir nada, la extinción, el colapso, un capitalismo que ya no es expansivo, todo este discurso que está trayendo, ¿es posible traerlo como una meditación sobre la vida, o primero tiene que ser un aprendizaje sobre el fin de un período, del fin de unas maneras de vivir, el fin de unas economías, el fin de unas creencias políticas? ¿Cómo situarías vos tu propio discurso en esta cuestión de la filosofía que prepara para morir o que enseña a meditar sobre la vida?

F.B.: Permitime utilizar una expresión que no me gusta. La expresión «raza blanca». No existe la raza blanca, naturalmente, como no existe raza negra, amarilla, no existe. Pero la mitología de la raza blanca sí existe. La mitología de una raza, de una cultura superior porque tiene una voluntad que le permite realizar un crecimiento infinito. Esta ideología, esta mitología de la expansión infinita es absolutamente esencial para la existencia del dominio de la cultura blanca. El problema es que la raza blanca, las culturas del norte del mundo que se identifican a sí mismos como suprematísticamente, como la raza blanca, están envejeciendo, están muriendo, ese es el punto. ¿Sabes que la fertilidad masculina cayó el 58% en los últimos 40 años? Shanna Swan, una bióloga que trabaja sobre el tema de la fertilidad masculina, de la fertilidad en general, pero particularmente masculina, en un libro titulado Countdown explica que la fertilidad masculina cayó por muchas razones, pero sobre todo por la difusión de los microplásticos en la cadena alimentaria. Parece que los microplásticos producen un efecto de discomunicación hormonal en el hombre. Los microplásticos trabajan también sobre la testosterona, sobre la comunicación hormonal testosterónica, lo que produce: 1. Una caída dramática de la sexualidad. 2. Una caída aún más dramática de la fertilidad.

 El efecto es que quienes han sido más expuestos a los microplásticos hoy están envejeciendo y el envejecimiento de los europeos, por ejemplo, de los italianos, es un tema político mayor. Georgia Meloni, en su programa político, ha puesto como punto uno, como primer punto de su programa, el relanzamiento de la población italiana. Vasto programa, como diría el General de Gaulle, vasto programa. ¿Será posible? ¿Qué hace Meloni para favorecer la fertilidad masculina? Damos dinero, mucho dinero a las mujeres si producen tres hijos. Producir tres hijos es imposible en las condiciones de vida actuales, con la baja de la fertilidad y con la baja del deseo sexual. Pero, de acuerdo, damos dinero a las mujeres y vamos a ver si se ponen a producir muchos hijos para la patria. No creo que acontecerá. No creo, porque la «raza blanca» tiene que enfrentar una cosa sola: su muerte, su extinción, la extinción de una amplia parte de la humanidad dominadora. Es inevitable. Pertenece a un proceso de tipo biológico, cultural, psíquico y, al final, también a la conciencia. 

Hay una película magnífica de una directora libanesa, Nadine Labaki, se llama Cafarnaúm y cuenta la historia de un niño de 11 años que es un refugiado sirio que vive en Beirut. Este niño vive en condiciones horribles de miseria, de violencia, en una metrópolis pobre, desesperada. A un cierto punto, este chico va a hablar con un juez, con un policía y pide poder denunciar a sus padres por el hecho de haberlo puesto en este mundo. Cuando he visto esta película, me pareció entender que la procreación hoy tiene que ser cuestionada también desde un punto de vista de nuestra relación con el futuro. Hay una generación nueva que se da cuenta de que los hemos procreado, los hemos producido, pero no tenemos un mundo para habitarlo. La muerte, la extinción es una condición que podemos esconder, rechazar, remover. 

El fascismo es exactamente el rechazo de ver un proceso inevitable. Eso es el fascismo en Italia, la voluntad de salvar la reproducción de niños blancos para evitar que los africanos puedan venir a nuestro territorio. Es una locura completa, naturalmente, el perro es el fundamento psicótico de un sentimiento neoreaccionario que se funda sobre el deseo de no ver la extinción inevitable. ¿Qué tenemos que hacer? Tenemos que pensar la muerte, pensar la extinción como una perspectiva que no es sólo inevitable, pero que es enriquecedora. El envejecimiento no es sólo el fracaso, no es sólo la impotencia, es también la invención de nuevas formas de relación con el cuerpo, con el medio ambiente, con la realidad, con los otros, con el pensamiento, con la imaginación. El sentido más rico del envejecimiento es el proceso de devenir nada, es la relación con la muerte, porque sólo si miramos la muerte en los ojos podemos vivir la vida como una vida feliz a pesar del envejecimiento, a pesar de la muerte, gracias al envejecimiento, gracias a la muerte.

D.S.: Te quería preguntar por un fragmento de uno de tus últimos libros, en donde vos recordás que Rosa Luxemburgo elabora una consigna frente al final y dice: socialismo o barbarie. En este mismo libro, vos decís que frente al final no hay sólo una interpretación, sino también una consigna y decís: comunismo o catástrofe. Bifo, ¿qué quiere decir comunismo o catástrofe hoy para vos, o si la consigna es otra, o si la consigna sobra? Digamos, tu propia consigna de comunismo o catástrofe, en este momento, ¿qué te hace pensar con respecto a lo que venís diciendo?

 

F.B.: La condición catastrófica no es una condición que impide el pensamiento. Sí, claro, es muy difícil pensar cuando todo parece fracasar en torno a ti, pero la catástrofe, lo dice la etimología misma de la palabra catástrofe, que en griego significa kata-strophe, moverse más allá. La catástrofe es una condición en la que descubrimos cosas que no podíamos ver antes. El comunismo en otro tiempo se presentó como un objeto de la voluntad organizada, desde este punto de vista Lenin representa la perfección de la visión maquiavélica, según la cual el poder político, el príncipe, es alguien que tiene la fuerza para subvertir fortuna. Fortuna en el sentido latino significa la imprevisibilidad de los acontecimientos del mundo. Para Maquiavelo, el príncipe es poderoso porque tiene la capacidad de subsumir fortuna, que es fémina naturalmente. Y en cuanto fémina, es impredecible y caprichosa. Perfecto, la política moderna ha sido exactamente eso, un intento, tal vez exitoso o tal vez no, de subsumir la imprevisibilidad de la complejidad de los acontecimientos del mundo, subsumir a la voluntad masculina de un proyecto mental. 

Lenin representa el punto de llegada de esta visión masculina y reductora de la política, del gobierno. A mí me parece que esta potencia de la voluntad desapareció por una razón muy simple: que la complejidad del mundo se volvió demasiado compleja, demasiado veloz, para un gobierno de la voluntad organizada. Cuando hablamos de complejidad siempre hablamos de velocidad. ¿Qué es la complejidad? Es una velocidad creciente de los acontecimientos relevantes para un cerebro. Cuando hablamos de caos, ¿de qué hablamos? Hablamos de una complejidad que se ha vuelto demasiado veloz para una capacidad de elaboración consciente en el tiempo. Nos encontramos en la condición en que la voluntad puede cada vez menos, pero nos encontramos también con que hay otras facultades, ante toda la sensibilidad que nos obliga a relacionarnos de manera diferente, con un ambiente que se ha vuelto catastrófico.

 El comunismo fue pensado como un proyecto político de la voluntad. Fracasó. No porque el comunismo era malo, sino porque la complejidad del mundo se transformó en caos ingobernable. No tenemos que pretender un gobierno imposible, tenemos que entrar en una relación sensible con microprocesos y macroprocesos que no podemos controlar. Tenemos que diluirnos, que disolvernos, en estos procesos como critters, como minúsculas partículas que participan en un proceso que no podemos gobernar, pero podemos sentirlo, podemos percibirlo, como dice Félix Guattari, podemos intentar sintonizar con la realidad caótica que nos rodea. Félix Guattari habla en su último libro de espasmo cósmico, un espasmo es lo que estamos viviendo, una aceleración dolorosa de nuestro cerebro, de nuestro cuerpo, de la relación con el mundo. Es justamente una capacidad de la sensibilidad de sintonizar nuestro cerebro con una velocidad extrahumana, posthumana, más que humana.

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